Etiquetando lo inetiquetable

foto1Se conocieron en el baño. Bueno, no en el mismo baño. Él en su casa, ella en la suya. Algunas mañanas coincidían a la hora de la ducha, se saludaban por las ventanas que daban al patio común y cada uno seguía con su rutinarias actividades mañaneras antes de salir de casa. Al volver por la tarde a veces volvían a coincidir también en el baño. De nuevo, él desde su ventana, ella desde la suya. Tenían una breve conversación tipo ascensor, cerraban las ventanas y hasta el día siguiente.

Un día ella bajó al patio a tender la ropa, al rato apareció él. No tenía nada que recoger pero disimuló que algo tenía que hacer allí con tal de hablar con ella. Estaba algo nervioso, después de coincidir tantas veces a las mismas horas en el baño y tras saberse de memoria su ropa interior al verla colgada en el tendedero todos los días, por fin estaban cara a cara. Ella hizo como si nada, recogió su ropa y le dio algo de conversación. Sabía que había bajado a propósito para coincidir con ella, pero se hizo la indiferente y subió a casa riéndose por dentro de la situación.

Él tocaba la guitarra, tenía un grupo de música y pasaba las horas muertas entre acordes. Por las tardes ella llegaba a casa, se quitaba sus inseparables zapatillas de cordones con las que se ha caminado el mundo entero, se tiraba en la cama agotada tras un día intenso y se ponía a escuchar las canciones del chico desde su habitación.

Para qué negarlo, esa no-relación tenía su encanto. Sin ser nada había feeling y tenían pequeñas rutinas entre ellos que hacían que cada día se imaginaran una curiosa historia de algo más entre vecinos.

Nunca pasó nada entre ellos, de hecho ella sospechaba que él estaba con una chica, pero las miradas de complicidad en el baño y en el tendedero tenían algo de especial. Sin ser nada y sin intenciones de serlo, él se acabó mudando. La música de la guitarra que ella oía desde su habitación dejó de sonar.

Suerte que ella consiguió saber cómo se llamaba el grupo para poder escucharlos en Spotify. Los siguió en Facebook y pudo seguirles la pista musical. A distancia pero recordando las miradas de una no-relación. O sí, pero para qué ponerle etiquetas y complicarse la vida.

Las batallas del abuelo

(Imagen: Parroquia de San Miguel, Las Rozas, tras la batalla de La Niebla, entre diciembre de 1936 y enero de 1937)

Es ley de vida. Naces, creces, te reproduces y mueres. Más tarde o más temprano pero es así. Probablemente, pocos hayáis tenido la suerte de conocer a una persona de noventa años y pico con quien poder hablar. Probablemente de ese pequeño porcentaje, no todos os habrán contado batallitas de la época. Pero hay muchos grados de batallitas y de lo que quiero hablar hoy es de las que fueron más que eso.

Las batallitas a las que me quiero referir son a la Guerra Civil Española, que comprendió los años 1936 a 1939. Bien, todos sabemos lo que pasó, cómo pasó, porqué y cómo acabó. Pero estoy al 100% segura de que uno o ninguno ha tenido la experiencia de hablar con una persona que os pueda contar cómo lo vivió él. Desde dentro de la mismísima trinchera. Matando a todo aquel que apareciese por delante y que iba contra él. Seguro que uno o ninguno ha escuchado a una persona de más de noventa años, contar con todos los detalles que puede recordar, cómo se sentía mientras volaban balas a su alrededor. Cómo por ser una guerra civil, tenía que terminar con la vida de personas que podían ser sus amigos porque les había tocado estar en el otro bando. Escuchar cómo se alegra de haber salido de semejante hecho histórico con vida diciendo «yo pude sobrevivir y salir vivo de ahí».

Es triste, tarde o temprano llegará el momento en el que esta persona se vaya, y con él, se irán todos esos recuerdos que nadie mejor que él podría describir. Es un placer poder tener la oportunidad de escuchar de primera mano, hechos tan importantes que marcaron todo un período de la historia. Nadie como un bisabuelo que aún a sus 95 años es capaz de recordar a duras penas, ese trágico capítulo de la historia española que duró tres largos años. Salir de su pueblo a sus 17 y no volver hasta tres años después. Es extraño coger los apuntes de historia, estudiarlos y pensar que ese señor que ha vivido contigo en verano, que te traía colines cuando iba a comprar el pan, estuvo metido en un hecho histórico que te ha tocado estudiar. De la misma manera que iba a comprar el pan, una actividad tan normal como esa, tuvo que convertir en algo frecuente el hecho de apretar un gatillo y ver caer a una persona en frente suyo. Pensar en que tú lo estudias, pero él ha escuchado las balas silbando detrás de sus oídos.

Dan ganas de quedarte con él horas y horas exprimiendo entre sus recuerdos, tratando que te cuente aún más mientras sus ojos se vuelven llorosos. Ver cómo intenta hacer todos los esfuerzos posibles para intentar contarte más para que entiendas tú también lo duro que es estar ahí. Que te diga que por el monte que tienes más cerca de casa, hace muchos años tuvo que bajar corriendo porque le perseguían, girarse, matar a los que corrían tras él y seguir cuesta abajo como si nada hubiese pasado.

Oportunidades de este tipo no se tiene todos los días y es muy triste que personas así no puedan vivir siempre, que puedan quedar sus historias de primera mano, para poder seguir haciéndoselo llegar a los siguientes generación tras generación. Me encantaría pensar que mis hijos podrían hablar con mi bisabuelo, porque nadie como él puede explicar mejor un hecho como este desde la experiencia. Ni siquiera escribiendo esto puedo expresarlo mejor que él mientras me emociona. Es hablar de tres generaciones atrás. Y en cuanto él se marche, quedará en la historia que nunca podré volver a escuchar.

La asignatura más odiada

Se llama historia. La culpa no es nuestra por no estudiar, por no estar motivados, por querer estar siempre de fiesta y pasando de estudiarnos unas revoluciones que ya ocurrieron en su día y no nos importa el porqué.

La culpa es suya. De esos profesores desmotivadores que no saben dar bien una clase para captar nuesstra atención siendo divertidos u originales. Vale, no, no necesitamos que nos bailen una jota mientras se pasean de una esquina de la clase a otra gritando cómo fueron las Revoluciones Liberales Burguesas. O el Imperialismo colonial. O las ideologías del movimiento obrero. Pero que se den un poco de chispa, que para los últimos años que nos quedan de estudiar esta asignatura obligatoria, podamos recordarla como unas buenas clases, que sirvieron para algo y recordar a ese profesor tan bueno que a todos nos gustaba.

Que venir a clase, abrir el libro y pintar los párrafos con el subrayador de color, para eso me quedo en mi casa y hago lo mismo. Yo tambien sé leer y subrayar, gracias ¿me puedes enseñar algo que no sepa? Las clases no son solo poner codos, son explicaciones, explicaciones bien dadas, aunque en historia es más contar un tema y aprendérselo sin más.

Lo de decir «es que no lo entiendo» y que te respondan «es que no hay nada que entender, es así porque es así, si no te lo aprendes, estás suspenso» es acabar siendo unos loritos que hablan sin saber, qué dicen y repiten lo mismo que sus compañeros pero que no se sabe de lo que se habla.

Pues no. Yo así no aprendo. Y me negaría a tener que aguantar más clases así, pero no queda más remedio. Hasta que los profesores encuentren maneras de motivarnos, de enseñar bien, buscar recursos más innovadores para dar sus clases y no de leernos libros sin más cuando eso lo podemos hacer nosotros sin ningún misterio en casa.

Cuando aprenda algo, valoraré esta asignatura. Mientras tanto seguirá siendo la más odiada. Por mí y por todos mis compañeros.

 

ACTUALIZACIÓN: He aprobado historia, pero esto no quita que me gustaría que las clases se dieran de otra forma.

Itinerarios

Curso empezado, bachillerato recién estrenado y ganas de sacar este año buenas notas.

Hace tres meses acababa cuarto, recién graduada de ESO y sabiendo que me esperaba un estupendo verano. Tenía claro lo que haría en bachiller y estaba segura de ello. Itinerario de sociales era mi opción y eso firmé en el papel que lo confirmaba.

Llevar tres semanas en sociales con economía, historia y matemáticas aplicadas a ciencias sociales fueron suficiente para darme cuenta de que lo mucho que me cuestan las mates iban a tenerme agobiada todo el curso por intentar sacar buena nota este año, ya que cuenta junto con la del año que viene, para selectividad.

Así que corté por lo sano. Me he pasado a humanidades dejando para siempre matemáticas. Ya han sido diez años dando esta asignatura y odiándola a más no poder. Si la carrera que quisiese hacer tuviera algo que ver, me habría quedado en sociales, pero yéndome por comunicación audiovisual o publicidad, creo que logaritmos, inecuaciones y polinomios, pocos voy a dar.

Ahora tengo las asignaturas comunes con griego, latín, economía (sí, en humanidades, en mi colegio, que son así de originales) e historia. Sinceramente, este año voy a aprender historia de verdad. La profesora da apuntes, explica en clase, manda sus ejercicios y se corrigen en las clases. Tambien va algo rápido, pero explica bien y eso es lo que importa. La mayor parte de las veces es un poco sargento, pero me cae bien y mete caña. Creo que con ella es con la que cogeré este año el hábito de estudiar todos los días, porque cada día avanzas y hay más materia. Lo de estudiar el día antes del examen ni en este curso ni en el siguiente sirve.

Antes miraba los días con sus respectivas clases y el día que no había mates era el mejor día de la semana. Ahora miro el horario y el no ver ninguna clase de mates hace que todos los días sean buenos. Así que con un agobio menos al quitarme una asignatura voy a seguir con el curso en este itinerario.

«Y que todo salga bien…»

De fechas

Estaba mi libro abierto. Tenía una fecha escrita en la parte superior de la página a lápiz. Los números no estaban separados por guiones o barras, pero esa chica intuyó que era una fecha. Le buscaba sentido a los números para hacerlos cuadrar y que saliera la fecha exacta.

-¡Quién lo diría! ¡Qué rápido ha pasado el tiempo! ¿no?

-Dímelo a mí, que se me ha pasado volando.

De unos números sale una historia.