Mi 2016

claudix

Cogí el año con ganas, sin saber realmente que supondría tantísimas historias que contar. Os puedo contar una historia que habla del valor de cambiar de aires y superar el miedo. También os puedo hablar del gran cambio que supone pasar de una relación a distancia a un convivir día a día. Incluso de cómo estar en doce meses en catorce destinos, perdiéndome por lugares como Madrid, Berlín, Bolonia, Florencia, París, Stuttgart, Múnich, Corfú, Colonia, Bonn, República Dominicana, Praga, Liepzig y finalmente Roma para despedir el año. Incluso os podría hablar de cómo entre emails y emails acaban surgiendo giros que te ponen patas arriba los planes que tenías a tres meses vista.

Este año tenía muchas ilusiones por delante y estoy feliz de haber cumplido muchas de ellas. No he parado de hacer lo que más me gusta, viajar y comer bien. He acabado la carrera con un proyecto final que escribí en tiempo récord. He tenido la oportunidad de salir del nido e irme a vivir a un país en el que no conocía su lengua. He aprendido a defenderme en alemán aún sabiendo que este idioma es el demonio, con palabras en las que faltan vocales y sobran giros imposibles de lengua. Me he enamorado de una persona y de una ciudad, con sus días buenos y sus no tan buenos.

Además de todo esto, he adquirido bastante aprendizaje. En lo laboral he aprendido a valorar mi trabajo, buscándolo en «la tierra prometida» y he rechazado más «intentos de contrato» que oportunidades reales. Me he autoevaluado y autoanalizado mil veces cuando revisaba mi perfil en LinkedIn y modificaba mi CV preguntándome qué fallaba. En lo personal he aprendido a convivir en pareja y estar con ella en el día a día, compartiendo tareas de la casa y algún enfado sano que ha tenido solución. Porque pasar de una relación a distancia a una convivencia diaria implica cambio. Positivo, sí, pero había riesgo y miedo a que no saliera bien, temores que se convirtieron en razones por las que cada noche sonrío al poder acostarme al lado de la persona que más quiero. Me he habituado a limpiar la casa y hacer la compra cuando no hay nadie que lo haga por mí y he aprendido a soltarme en la cocina y celebrar platos ricos, aunque también haya estropeado algunas recetas.

Y sobre Berlín… No puedo terminar el año sin dedicarle unas palabras a esta gran ciudad que me ha acogido los últimos seis meses. Me ha dado días de cielo gris y lluvias, viento frío que me congelaba hasta huesecillos que no sabía ni que tenía, me ha enfriado volviendo a casa de noche o incluso nada más salir de casa, abrigada con capas como una cebolla. He caminado por sus calles con vestidos y pantalones cortos pero también con pantalones térmicos, gorros y guantes. Me prometieron nieve y aún sigo esperando que eso ocurra.

Me han preguntado ¿cómo aguantas en una ciudad con un clima tan triste? La respuesta es sencilla. Gracias a todo ese clima «tan triste» y turbio al que se refieren, los días de cielo azul y sol espléndido me han hecho tan feliz que un paseo por la mañana viendo los árboles en otoño ha hecho que me dure la alegría un mes entero. He aprendido a apreciar tanto los detalles bonitos del día a día, que aunque el clima fuera «de perros encontraba micromomentos que hacían que valiese la pena. Claro que me ha afectado al humor la falta de luz, pero he sabido ver cosas bonitas a los días más «aparentemente tristes».

En Berlín he descubierto mil sabores y platos exóticos que me han maravillado y que me harán la boca agua cada vez que los vuelva a recordar. He visto tantos mercadillos con tesoros que muchos de ellos quedan reñidos, pero sigo teniendo mi favorito. He disfrutado cada cerveza de trigo sabiendo que echaré de menos no poder pedirla en cualquier bar. Me he sentido tan a gusto paseando y cogiendo metros con toda naturalidad sintiéndome «en casa» que realmente lo único que me preocupa es no encontrar otra ciudad que me guste tanto como ésta. No os he contado que adoro el metro berlinés, que cada estación es de un color y diseño diferente, que mis líneas favoritas son las que tienen tramos al aire libre y que los trenes te llevan por lugares muy fotogénicos. Porque dicen que las comparaciones son odiosas, pero estoy viendo que sin querer acabaré comparando cualquier otra ciudad con Berlín. Se ha ganado un hueco importante en mí y solo pienso en cuando será la próxima vez que vuelva, pero esta vez como turista.

Eso sí, lo que no me esperaba al empezar este año es que acabaría pudiendo finalmente vivir en Berlín y que en 2017 habría otra ciudad esperándome para conocerla en profundidad…

Que la alegría gane al miedo

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Weihnachtsmarkt Roden Breitscheidplatz, diciembre 2016

Ayer fue mi último día en Berlín antes de volver por Navidad y me negué a pasarlo encerrada en casa por miedo, aunque la noche de antes quise cancelar los planes que teníamos. Cogí el metro que atraviesa el mapa entero de la ciudad y pasa por los sitios más turísticos. A mi lado, justo en la parada donde ocurrió, un señor árabe leía la noticia en su móvil, cuando se fue, ocupó su lugar un señor mayor alemán que leía lo mismo con las fotos en la portada del periódico local. Es rara la sensación de ver en papel una noticia de ese tipo cuando la has vivido en la misma ciudad y sobre todo cuando estás lejos de tu familia.

Cuando salí del metro, la sensación térmica era de -5, lo que intuyo que fue otro factor para que la ciudad estuviese medio vacía, junto con ver todos los mercadillos cerrados por luto. Aún así, nosotros quisimos despedirnos de la ciudad como se merecía. Encontramos sitio para comer en un coreano que normalmente está siempre lleno, fuimos al museo de los videojuegos y jugamos al Pong entre risas en el sofá de una sala ambientada en los años 70, merendamos tarta y chocolate caliente en la plaza más bonita de la ciudad y al volver a casa compramos dos de nuestras cervezas favoritas para despedir el día.

Por mucho odio que haya en el mundo, capaz de hacer daño a tantos, por muy angustiada que haya estado mientras recibía mensajes de si estaba bien, aún sin saber realmente qué estaba pasando, Berlín no va a dejar de tener un lugar especial dentro de mí. Porque nunca he estado tan feliz como lo he sido aquí. Con todo lo bueno y lo menos bueno, por el crecimiento personal que me ha supuesto. Y esa alegría es mucho más grande que el miedo.