Ya llevo siete días sin tener que estudiar porque al día siguiente tengo un examen. Echaba de menos esto, todavía no me termino de acostumbrar, ¡es raro!
Os cuento cómo fue selectividad en Madrid. No me voy a hacer pitonisa ni me voy a ir al Retiro. Nada de lo que tenía que caer este año cayó. Por lo menos en mi comunidad. No di ni una. Pero aún así pienso que me ha ido bien y que puedo aprobar. Pero no, no hubo nada de Rosseau, ni de la Novela Hispanoamericana en el siglo XX, nada de la Constitución de 1812 ni de las energías en Geografía. Podéis cotillear los exámenes aquí. En inglés creí que se reían de nosotros, no entiendo por qué se empeñan en complicar los exámenes de todas las materias menos en esta. De verdad, fue un examen de risa. Ambas opciones. Se supone que la opción que hice yo era más complicada, pero aún así, me parecieron las dos ridiculamente fáciles así que espero que esta nota sirva para inflar el resto.
Dejando atrás lo más temido del curso que en realidad no es para tanto… Esta primera semana de relax ha estado dedicada a un viaje que siempre he querido hacer. Ha sido sorpresa, mi madre me avisó de que estas vacaciones me iba a ocupar un fin de semana. El viernes me dijo que hiciese la maleta como si fuese a pasar un finde en Galicia. Llegamos al aeropuerto y aunque me querían vendar los ojos, me negué porque me daba mucha vergüenza ir así por la T4.
Cuando quedaba poco para embarcar, me puse los cascos, la música del iPod a todo volumen, la mano que tenía libre por encima de los ojos para no mirar la pantalla del embarque y entré en el avión sin saber a dónde iba. Mientras el comandante nos saludaba y nos informaban de cómo eran las temperaturas en nuestro destino, mi madre me chillaba a los oídos cuando nombraban la ciudad en cuestión. Era por la noche, por lo que desde la ventanilla apenas se podía ver algo que pudiese darme alguna pista. Sospechaba que iríamos a París o a Venecia y por lo visto, no me desvié mucho. Por la ventanilla se veían luces y agua. Lo del agua lo intuí porque la luz se reflejaba en algo oscuro, así que tenía ser agua sí o sí. París no tenía tantas «lagunas» como podía más o menos ver desde el avión, así que después de dos horas, algo que se parezca a un conjunto de islas en medio del mar tenía que ser Venecia, que además es un sitio al que siempre he querido ir. Ya cuando bajamos del avión vi que el aeropuerto se llamaba Marco Polo y no se me ocurría nada más italiano como ese nombre para confirmar mis sospechas, sospechas que se verificaron en cuanto vi un cartel en donde ponía «water taxi». Si queréis sorprender a alguien con un viaje, hacedlo de esa forma. Es genial.

Venecia es una ciudad con mucho encanto, llena de canales y puentes por los que perderse, echar a andar y darte cuenta de que en un día te has recorrido casi toda la ciudad. Me esperaba la Plaza de San Marcos más impactante, pero quitando ese detalle, me ha encantado.
Respecto a la comida:
-Estuve buscando sin parar la pizza de patata que me recomendó él y que probé en Roma el año pasado, pero fue imposible encontrarla. Tampoco encontré ningún raviolli de queso con nueces como los que vienen en los paquetes de la marca Rana.
-Aunque siempre dejo los bordes de las pizzas (y esta no fue una ocasión para no hacerlo), me sorprendió lo finísimas que eran y que aunque pareciesen enormes, se podía acabar con ellas sin sentir que te habías comido un mamut.
-Helados tampoco comí muchos, pero sí un par de bolas riquísimas de pistacho y avellana, mis favoritos.
-Con mi antojo queseril que quería saciar desde que cené en el Ginos unos sacchetti di gorgonzola con espárragos y almendras, me tuve que conformar con unos gnoccis con salsa gorgonzola. No eran lo mismo, pero estaban muy ricos y sirvieron para curar mi antojo.
-Hemos comprado pasta de cacao y menta. Tengo muchas ganas de probarla, tiene buena pinta. También compramos Bellini, la bebida típica de aquí, que sabe a una mezcla de vino blanco con zumo de melocotón.
-La última noche cenamos muy bien, destacando las flores de calabacín rellenas de queso y empanadas, de postre un plato que se llamaba After Eight, spaggetti de chocolate negro con helado de menta. BU-E-NI-SI-MO.
Hasta ahí mis comentarios gastronómicos. Con lo que más contenta he vuelto es con una preciosa máscara y con una pulsera de plata que intenté buscar por toda la ciudad a un precio más barato, pero al final sólo la encontré en un lugar, así que la compré por 25€.
De vuelta en Madrid el lunes, ayer martes aproveché para ir al cine a ver una película por 1€ que llevaba queriendo ver desde que vi el trailer, «Cuando te encuentre» es azucarada, de las que me gustan a mí porque te hacen llorar y al final te quedas a gusto con el desahogo. Tiene una BSO muy mona, para los interesados, aquí la dejo. Lo mejor de haber acabado es que puedes aprovechar todas las ofertas de comer de menú del día a buen precio en cualquier restaurante, salir entre diario que es mucho más barato, ir al cine por 1€ si consumes 15€ en cualquiera de los restaurantes del Heron City (y si no vas al Heron, sólo por ser martes suele ser más barato que un sábado), cenar con ofertas de 2×1 de lunes a jueves… Esas cosas que a lo tonto te hacen volverte más consumista sin darte cuenta.
Para terminar el post, os cuento que hoy queda inaugurada la temporada de cupcakes y pastelitos, que además como hay una barbacoa entre amigos pendiente, me he ofrecido a llevar el postre 😉 Estos han sido los de hoy…
PD: Lo mejor de haber acabado ya, es que él también ha acabado y tenemos por delante todo el tiempo del mundo para poder disfrutar de estas vacaciones juntos por tercera vez, ya que mañana día 14 de junio, se cumplen dos años desde aquel beso una tarde en el conservatorio con un piano…