Distancias

Tirar de la cabina de teléfono durante los minutos que costaba la llamada y que si no echabas una moneda más, te despedías hasta el día siguiente. Estaban los minutos contados y aprovechabas al máximo cada uno que pasaba. Tres minutos por cien pesetas eran en sus tiempos. Creas o no, tres minutos al día llegan para mucho. Uno en el que cuentas tú algo, otro en el que la otra persona responde y el sobrante para decir algunas frases bonitas y despedirte. ¿Ves? Llega.

¿Y ahora qué? Si echas de menos a alguien, puedes llamar y la llamada puede durar más que eso, además sueles tener la suerte de poder hablar por el medio que quieras. Si no es teléfono, sabes que estará conectado en algún sitio, que coincidirás con él y que estará conectado a la misma vez que tú. Igual esa es la dificultad que hay ahora que no había antes. El coincidir conectado con esa otra persona, (si no has quedado con ella para conectarte porque no tiene la suerte de estar conectado siempre).

Pero la distancia no tiene porqué ser una dificultad. Que sí, que vale, que de no verla (un mes, dos, un año, o nunca) pasas el mal rato hasta que la ves, o ni eso. Porque puedes estar colgado con alguien a quien no ves. Se puede y a veces pasa.

Shanghai

Hoy me he levantado más pronto de lo normal por el jetlag. Las 16h de avión son mortales, sabes que puedes dormir, pero entre lo que te ceban en el avión que hacen que acabes comiendo por aburrimiento y las películas que ves, acabas durmiendo más bien poco. Ayer en el avión aproveché para ver Titanic, que no la había visto nunca y con los 16 años recién cumplidos del lunes 10, ya era hora. Al final, acabé llorando ¿cuántos habrán hecho lo mismo? Seguramente sea una más. Me alegra haber encontrado una película que me haya conseguido sacar lagrimita.

El viaje que ha sido de una semana, ha merecido muchísimo la pena. Me ha encantado. ¡Es una experiencia más!

El salir a la calle y no entender nada de lo que pone en los carteles. Ir a un restaurante, que no te entiendan y comunicarte por señas, apuntando con el dedo a la carta con fotos para saber lo que quieres tomar. Poder poner verde al de al lado y que no te entienda. Ver las costumbres de los chinos, como por ejemplo, no tener servilletas y depender de una toallita mojada colocada al lado del plato durante toda la comida. Comer mientras te van sirviendo té todo el rato. Meterte en un taxi y no hablar con él taxista porque poco le puedes decir excepto «Nihao» (aká, hola) y «fappia» que es factura.

Las calles en China son 100% distintas a como son en el resto de los países. Conducen como les da la gana. Así como suena. Se saltan semáforos, se adelantan cuando quieren, no ponen las luces y mucho menos los intermitentes. Están plagadas de bicicletas, motos que conducen sin tener el motor encendido siquiera, éstas tambien sin luces. Los peatones cruzan los semáforos en rojo, cuando pasan coches tambien, los esquivan como pueden y si se les cae algo en medio de la calle, se agachan y se toman su tiempo en terminar de recogerlo todo. A todo esto, el escándalo neyorquino debe quedarse por lo bajo en comparación con el escándalo de las calles de Shanghai. Los pitidos de los coches son la banda sonora de la ciudad. Se pitan por todo, vayan a pasar o no, avisar de que vienen, cruzar o no el semáforo aunque no esté en verde. Da igual, ellos conducen sin normas. Y lo curioso es que no hay ni un solo accidente. Cosa que en cualquier otro lado ves y te cascan la multa del siglo.

Esta ciudad parece montada con un poco de maña en un dibujo. Empiezas dibujando una cosa, y acabas con otra que no tiene nada que ver con la primera. Tienes una zona que está llena de rascacielos, muy futuristas y con luces de neon por las noches. Otra es la típica que todos imaginamos de China. Edificios rojos con tejados negros, detalles dorados en las esquinas, pagodas altas con ventanas grandes y algún que otro dragón esculpido en piedra. Por otro lado tienes una zona francesa, inglesa, o simplemente de edificios bonitos no muy altos que antiguamente eran viviendas muy bien colocadas. Esta última es realmente bonita. Tiene calles enladrilladas en las que se podría rodar una escena de la película de Sherlock Holmes sin problema. Incluyen farolas altas y negras con farolitos pequeños iluminados.

De lo que realmente me he enamorado esta semana, es de los caracteres chinos. Me obsesioné el primer día en comprar un cuaderno pequeño para ir copiándolos, pero por más que busqué, no lo encontré. Habrá que volver para dibujarlos la siguiente vez.

De cómo internet cambia tu estilo de vida.

¿Te acuerdas de cuando el teléfono sólo servía para llamar, recibir y mandar sms?

¿Te acuerdas de cuando no existía un lugar en el que ponías lo que estás haciendo en cada momento y para saber lo que hace alguien le llamabas para preguntar qué tal?

¿Te acuerdas de salir de bares con tus amigos y no hacer una carrera para ver quien hace check-in antes?

¿Te acuerdas de cuando no existían los blogs y podías salir a la calle sin estar pendiente de los comentarios en moderación?

¿Te acuerdas de cuando pasabas las noches durmiendo en vez de estar colgado en una pantalla programando cada madrugada?

¿Te acuerdas de cuando ibas de viaje, hacías fotos y no estabas pensando en cuales subirías a Tuenti y cuales no?

¿Te acuerdas de cuando hacías fotos en carrete y lo de retocarlas y subirlas a Flickr para que la gente aprecie, valore y comente lo buen fotógrafo que eres era inimaginable?

¿Te acuerdas de hacer fiestas con un montón de discos en la mesa para ir pinchándolos en vez de tener un USB, tener las canciones guardadas en el ordenador y darle al play, o buscarlas en YouTube poniendo el videoclip de fondo?

¿Te acuerdas cuando la música sólo estaba en discos y si la tenías en el ordenador era porque la habías copiado del CD?

¿Te acuerdas de cuando las noticias sólo se leían en papel?

Pues yo no. ¿Y tú?