Llevaba varias semanas dándole vueltas a este post, porque en los últimos meses he vivido muchos cambios y mi madre ha seguido demostrando que es maravillosa. Siempre que veo campañas emocionales sobre madres e hijas se me pone un nudo en la garganta enorme y cuando las veo con mi madre acabamos llorando las dos a mares. Desde entonces he pensado que somos el target perfecto y que deberíamos participar en algún anuncio de ese estilo pero aún no hemos tenido oportunidad. Por eso hoy quiero aprovechar para decir que mi madre me ha demostrado tanto que no sé si voy a ser capaz de transmitir aquí lo importante que es para mí.
Mi madre es una mujer que cuando hablo de ella, me hace sentirme increíblemente afortunada de tenerla a mi lado. Siempre se me pone una sonrisa cuando lo hago y cuando empiezo a hablar de ella siempre digo que más que una madre, es una amiga. Es alguien que siempre está ahí, en casa cuando necesito hablar, al otro lado de la pantalla, a la hora que sea, a los kilómetros que sean cuando no estoy en casa. Es con quien tengo confianza plena y absoluta y en la que sé que siempre podré confiar. Es alguien que nunca se duerme sin tener su beso de buenas noches, aunque últimamente hayan tenido que ser más emojis de los que me gustaría por no poder estar a su lado cuando me acuesto. Pero no he fallado ni un solo día desde que me he ido para mandarle un mensaje de buenas noches. Es quien me ha abrazado en los mejores momentos y en los peores, con quien más he llorado de alegría o de tristeza (afortunadamente más veces de alegría y emoción), con quien más me ha dolido discutir y pelearme cuando ha tocado. Porque ella es la que más se emocionó cuando al terminar el Proyecto Fin de Grado me dijeron «Enhorabuena Claudia has terminado la carrera» y las dos rompimos a llorar abrazadas para celebrarlo. Porque también es con quien más he vuelto a llorar cuando nos hemos reconciliado tras duras discusiones.
Es quien me hace preguntarme muchas veces si seré capaz de ser tan buena madre como lo es ella conmigo. Y cuando lo hablo con mi pareja, me digo que no, que ella lo hace tan bien que yo creo que no sabría por dónde empezar para estar a su altura. Porque la relación que hemos construido durante años es tan firme, que es una de las cosas por las que más la admiro. Entonces me emociono y pienso, «ojalá me hubiese podido escuchar decir esto, me acaba de salir del corazón». Por eso he venido aquí a escribirlo. Es a quien pregunto «¿cómo lo haces? Yo también quiero llevarme igual de bien con mis hijos como me llevo yo contigo» y me responde que yo se lo puse fácil. Muchos conocidos me han dicho «¿cómo le cuentas esas cosas a tu madre? o ¡eso no se lo puedes contar a una madre!» y siempre respondo «Ella es más que una madre, se lo cuento al igual que se lo contaría a una amiga». Con todo lo bueno y con todo lo menos bueno. Es por ella por quien tengo ahora un nudo en la garganta al estar escribiendo esto. Porque las dos somos las únicas personas que entendemos la relación que tenemos. Porque es la persona que más se alegra cuando ve que estoy creciendo y soy feliz, pero también la que más triste se pone cuando echa de menos que ya no sea la niña que se ponía sus zapatos de tacón para andar por el pasillo. A la que más le duele que me equivoque o esté triste por algo que no me ha salido como esperaba.
Es la que más me corrige y me enseña a hacer las cosas bien, la más exigente y por lo tanto la que más tranquilidad me transmite cuando tengo su visto bueno. La que me hace cuestionarme las cosas más veces cuando no la noto a ella convencida. Por ella es por quien soñaba con una casa inmensa en la que vivir feliz con la familia que hubiese creado con mi pareja y con ella en otro piso, para estar juntas pero no revueltas. Pero también por la que me he dado cuenta de que realmente puedo ser feliz aunque ella no esté cerca y tengamos que vivir en ciudades diferentes. Su amor es tan inmenso que lo puedo notar aún estando a kilómetros, razón por la cual estoy contenta de poder salir del nido y poder acostumbrarme a no estar bajo el mismo techo. Aunque me muera de ganas de verla, abrazarla y no se lo diga muchas veces. Es la primera persona a la que recurro cuando tengo que contarle algo, sea positivo o negativo. Con la que más me enfado cuando me dice algo que no me gusta, pero a la que luego acabo dando la razón, «porque mamá siempre tiene razón». Es de la que me acuerdo ahora que estoy soltándome un poco en la cocina, porque ella cocina tan rico que siempre pienso lo bien que huele la casa y lo que disfruta haciendo comidas exóticas que no sé si llegaré algún día a preparar.
Es de la que más me acuerdo ahora que he empezado a independizarme, porque estando sola en casa me sorprendo un montón de veces pensando «jolín, cómo me parezco a mi madre», «esta frase que acabo de decir lo diría ella». Por la que más «presufro» cuando sé que nos tenemos que despedir y que no nos vamos a ver en unos meses. Mi madre es la persona que más y mejor me ha sabido cuidar durante toda la vida, quien más se ha preocupado por mí, quien se ha quedado despierta sin poder dormir cuando he salido de noche. Porque ahora que estoy fuera cuando tengo un mínimo dolor de algo y me tengo que curar sola, me acuerdo de ella y voy al chat para preguntarle y asegurarme de que en realidad no es nada, porque estando en casa la sensación siempre ha sido «si está mi madre cerca, seguro que se cura antes». Es de quien me acuerdo cuando estoy fuera y veo algún lugar que sé que le gustaría ver o cuando como un plato nuevo y sé que se moriría de ganas de probarlo.
No sé si existe la madre perfecta pero la mía debe parecerse a ella. Mi madre y la relación que tenemos de amor incondicional es de las cosas que más orgullosa me hacen sentirme. Porque cuando llegue el momento en el que me toque estar en su lugar, solo espero ser capaz de hacerlo al menos la mitad de bien que lo hace ella.
Te quiero mamá.