De semáforos parpadeando

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La que nunca cruza los semáforos en verde parpadeando, porque ya se ha tropezado más de una vez y se ha visto en el suelo del paso de cebra a punto de que los coches vuelvan a arrancar motores. La que nunca entra en los trenes y metros cuando los pitidos de las puertas anuncian que están a punto de cerrarse, porque ya se le cerró la puerta con su brazo en medio. La que nunca pisa las alcantarillas ni rejillas de ventilación, ni pone los pies sobre suelos acristalados por vértigo y pánico de sólo imaginar que se rompa. La que siempre llena la maleta de porsiacasos que luego nunca usa. La que se olvidó de cómo se montaba en bicicleta, aunque digan que eso es algo que nunca se olvida. Aunque lo haya intentado de nuevo, la coge con miedo a caerse, por lo propensa que es a hacerse heridas en las piernas.

Se ha caído en semáforos, tropezado en bordillos y asustado con el impacto de una puerta cerrada de golpe. Se ha raspado las piernas muchas veces, recuerda de cuándo es cada herida. Una vez hizo una maleta sin porsiacasos y se planteó que quizás no pasaría nada si volvía a coger una bici. También juega a caminar haciendo equilibrios por los bordillos en alto. Pero seguirá teniendo vértigo al pisar suelos acristalados o con rejilla.

Si ves a una chica esquivando suelos frágiles por la calle, ya sabes quién es. Los semáforos que no cruza cuando parpadean antes de ponerse en rojo… Los usa para invitar a una ronda de besos.

Incertidumbre a besos

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Se quedó con ganas de un beso… Esa despedida lo pedía a gritos.

No sabía de qué iba a ser ese beso, no sabía como iba a reaccionar ni como iba a sentirse si lo hacia. Esa muestra de cariño no podía ser solo de amistad, los amigos no se besan así.

El momento era para besarse. Completamente. Sin saber cuando iban a volver a verse porque no se pusieron fecha de volver a hacerlo. Le entró miedo hacerlo, pensar qué podría pasar si lo hacia.

Como la primera vez, el beso de la apuesta con el que se lanzó. Sí. Se apostó un beso, como quien apuesta que a la siguiente ronda de cervezas invita.

Se asustó por no saber en qué se convertiría ese gesto. Ese que cada día muchos malgastan sin darle importancia, que un beso no tiene que cambiar nada, que puedes dárselo a quien sea aunque no tengas nada especial. Pero no, en su interior significa mucho más. Algunos dirán que exagera, que no es para tanto.

Quizás pensó demasiado y a esas cosas no hay que darle tantas vueltas. Estuvo un ratito pensando: «cómo me despido, qué hago». Y aunque al final fue como finalmente decidió hacerlo, sin ese beso, se durmió pensando que tenía que haberlo dado.

Dejar un recuerdo especial de algún tipo.

Eso sí, a la mañana siguiente,  se despertó con él. Con un bonito recuerdo.

El resto de la historia, aún está escribiéndose.

Continuará.