«Casa» tiene varios significados

Este fin de semana estuve en Madrid. Han sido 48h relámpago que han valido para mucho. La semana pasada fue mi cumpleaños y el domingo lo fue de mi padre. Mi pareja y yo nos presentamos el viernes en un restaurante para darle una sorpresa a mi padre, que esperaba cenar con mi madre y unos amigos. Llegamos más tarde que ellos y al entrar, como estaba de espaldas le tapé los ojos y le pregunté «¿quién soy?». Al quitar las manos, de repente se encontró conmigo y se dio cuenta de que las personas con las que iba a cenar esa noche éramos mi madre, mi pareja y yo. Fue una gran velada acompañada de brindis llenos de amor. Al día siguiente, entre risas y abrazos de reencuentro, comimos paella casera con amigos y familiares. Por la noche cenamos en casa de otra amiga que celebraba sus 30 y acabamos saliendo a una discoteca a la que solíamos ir cuando teníamos 18. Finalmente, el domingo mi madre nos llevó a casa de mis suegros y al despedirme se me hizo el primer nudo en la garganta. Después de comer ellos nos llevaron al AVE para volver a Barcelona.

Podría haber sido un fin de semana cualquiera pero realmente no lo fue. Ayer al coger el tren, por primera vez me di cuenta de que iba a «casa», pero no era a mi casa-casa de siempre, donde estar con mis padres y despertar en mi habitación grande con su ventana por la que entra el solecito cada mañana. Esta vez volvía a casa. Mi casa-nueva. Con mi pareja, en Barcelona, donde nos esperaba hacer la cena y acostarnos pronto para ir hoy a trabajar.

Era la primera vez que volvía a Madrid después de haberme ido a vivir fuera con la vida organizada y ha sido extraño. Era volver a mi casa-casa y sentir la pena de no poder quedarme allí, porque mi casa-nueva estaba en otro sitio. En otra ciudad. Y me ha dado pena, aunque no pena mala, sino pena de morriña. Morriña de estar creciendo y viviendo una nueva etapa. La de dejar el nido, la de querer estar con mis padres y llenarme de mimos cualquier domingo por la tarde, cuando realmente mi sitio está empezando a estar fuera. Estoy empezando mi nueva vida, con mi pareja, con un trabajo y una casa-nueva en la que seguir creciendo. Volver a casa-casa me ha provocado por primera vez sentir morriña y pena de no poder quedarme cinco minutos más. Ha sido despedirme de mis padres otra vez y en esta ocasión sentir que estoy empezando «mi vida de mayor, la que yo sola he elegido». Con la persona de la que estoy enamorada, con el trabajo que nos ha salido a los dos y en la ciudad que aún no conocemos bien. Vivir en Berlín fue una maravilla, una experiencia que recomendaría a cualquiera, pero cuando estaba allí y volvía a casa-casa unos días mi sensación era la de siempre. No esta nueva que he sentido ahora. Hoy está empapada de morriña.

Hay gente que me ha criticado que igual voy muy deprisa. Pero no considero que sea rápido o lento, simplemente como ha surgido, cada uno tiene sus tiempos y el mío está siendo este. Quizá pueda interpretarse como una vida más arriesgada por ser la única de mis amigos de mi rango de edad que esté viviendo esta etapa, pero es así.

Una parte de mí quería quedarse en Madrid, en mi casa-casa con mi vida de siempre. La otra quería volver a Barcelona, a mi casa-nueva, a mi nueva vida. Como fueron mis suegros los que nos llevaron a coger el tren, llamé a mi madre para decirle que ya estaba dentro del vagón. Me dijo que se había aguantado las ganas de ir a la estación a decirme adiós otra vez. Se me hizo el segundo nudo en la garganta. Mi sitio del AVE estaba repleto de emociones que se contradecían mientras buscaba distraerme con el paisaje.  Mi pareja me cogió la mano y me miraba en silencio, con amor. Lo hizo durante las tres horas de viaje. No me decía nada, pero creo que sabía lo que podía estar sintiendo. Tenía el mismo nudo en la garganta, que no se iba. En realidad era el que llevaba teniendo todo el día. A veces apretaba fuerte y otras más flojito. Mi cabeza decía: «que no, que yo quiero volver a mi Madrid, me bajo en la siguiente estación y vuelvo a casa-casa». Mi corazoncito decía «estoy enamorada, quiero seguir haciendo mi vida con él, en Barcelona o donde sea». Y aquí estoy, en Barcelona. En mi casa-nueva que tanto me gusta decorar y ordenar a nuestro gusto.

Con lo que me quedo de este fin de semana es con las palabras que le dijo mi madre a él al bajar del coche: «Gracias por cuidarla». También me quedo con el mensaje que me dijo ella por la noche cuando hablamos por chat: «Me ha encantado verte, te he visto contenta, te cuida mucho».

Vaya si lo hace.

Y mis padres también, aunque tenga que ser en la distancia.

Cambio de rumbo

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Florencia, 2016

Me habría encantado tener hace unos meses una bola de cristal para poder saber qué iba a pasar más adelante. Pero hoy, por fin puedo decir esto de forma oficial, aunque os lo he ido diciendo ya a los amigos más cercanos. Después de seis meses en Berlín, mis planes para hoy eran estar allí buscando trabajo si no lo había encontrado ya. A día de hoy diré que la ardua tarea ha sido casi misión imposible y aún dándolo por perdido procuraba intentar mantener la esperanza. Porque llamar a puerta fría a empresas donde no te conoce nadie, sin referencias, con un idioma complicado de aprender, aún teniendo un buen nivel de inglés y experiencia, no es nada fácil.

Este 2017 no sabía como iba a ser, de hecho, aún no sé lo que me espera. Después de haber terminado la carrera, habiéndome ido a vivir fuera, estado casi un año en una relación a distancia y donde los últimos 6 meses he podido vivir bajo el mismo techo con la persona a la que quiero, donde y con quien he aprendido cada día, me podía esperar cualquier cosa. Recuerdo la sensación al salir de la universidad de “ahora empieza el resto de mi vida”. Por eso lo que esperaba en noviembre es que en navidades volvería a Madrid y seguiría buscando trabajo aquí, mientras mi pareja estaría buscando lo mismo para volver a España pronto y poder estar por fin juntos, visto que yo en Alemania no estaba pudiendo asentarme del todo.

Pero de pronto los planes cambiaron repentinamente y tras un largo proceso de selección donde fue haciendo las pruebas “por tantear el terreno y saber qué se estaba pidiendo en España”, le llegó el email que puso patas arriba nuestros planes. Oferta de trabajo en Barcelona. Esa tarde ambos nos sentamos en el sofá y pensamos seriamente si nos queríamos ver en un futuro siguiendo nuestra vida en esta ciudad, tratamos de mirar con perspectiva si nos imaginábamos allí los siguientes 2 o 3 años… Aunque le dije que el peso de la decisión era suyo, no quiso tomar la decisión sin contar conmigo, ya que al fin y al cabo es algo que nos iba a afectar a los dos.

Aún recuerdo en 2015 cuando pasamos un fin de semana en Barcelona, en un Airbnb donde jugamos a perdernos por la ciudad, donde merendamos en una de las mejores pastelerías, cenamos paella con vistas al mar y donde nos tomamos el postre paseando por la playa de noche. Al día siguiente nos despedimos en la estación de Sants, yo volvía a Madrid y él cogería un avión de vuelta a Berlín. Lo que nadie nos dijo es que después de esa despedida acabaríamos viviendo en esa ciudad.

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Berlín febrero 2016 – julio 2016

Así que tras tomar la decisión vinieron los jaleos de papeleos y burocracia alemana para dar de baja todo lo habido y por haber. Le ayudé a hacer cajas que hemos ido mandando a Madrid y compramos vuelos para poder ir a Barcelona a visitar pisos en enero. Mi móvil desde entonces parece un vibrador por las notificaciones al estar suscrita a los anuncios de inmuebles nuevos que me manda Idealista, a los anuncios que pongo en favoritos y desaparecen a las horas, a las inmobiliarias que tras mandar una solicitud para ver la casa te dicen que no, que lo hagas a través de su web oficial, a las llamadas de teléfono cuando odio hablar por teléfono, a las ofertas de empleo de LinkedIn…

Pero todo sea por encontrar un lugar donde empezar esta nueva etapa juntos de cero, montar un piso con sus visitas a IKEA correspondientes, nuestros paseos por el Corte Inglés probando colchones, las entrevistas que espero poder hacer en cuanto antes para volver a coger la rutina que tanto echo de menos, con el sueño cumplido de poder adoptar un gatito y donde esperamos muy pronto tener nuestro hogar donde seguir creciendo juntos.

Sin duda, todo esto no podría ser posible sin la ayuda y apoyo de mis padres que durante estos meses me han ayudado con todos los gastos que supone irte a vivir fuera mientras no he tenido trabajo. Porque se lo he dicho mil veces pero aún no he podido cumplirlo, en cuanto consiga mi siguiente contrato, les debo por lo menos, por lo menos, una comida a mis padres en StreetXO. Así que, además de por mi bien y por las ganas que tengo de volver a trabajar, espero que no quede mucho para poder invitarlos a comer en uno de los sitios que les llevo prometiendo mucho tiempo.

¡Nos vemos en Barcelona!

Micromomentos de Barcelona

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Un viaje improvisado y planificado dos semanas antes, cervezas, música en vivo con vistas, mil millones de risas, otras mil fotos arrepintiéndome de no coger la réflex, carreras hacia baños de mala muerte con efecto invernadero, selfies con cara pan y sonrisas forzadas, tres puntos altos de la ciudad con vistas que te quitan el hipo, columpios en los que quedarse hasta que cierren el parque, paseos interminables recorriendo todos los puntos importantes del mapa, mojar los pies en el mar por la noche, contemplar tres aviones a punto de aterrizar con sus tres reflejos de luz sobre el Mediterráneo, remover todos los recuerdos habidos y por haber, imaginar los que aún no han ocurrido, rechazar todas las rosas rojas de todos los vendedores ambulantes, botellas de vino intactas que viajaron del súper a la nevera y luego a la maleta de vuelta a Madrid, remolonear cinco minutos más en la cama antes de ponerse en marcha para patearse la ciudad, combinaciones de metro que salen perfectas, comer de terraceo o en medio de un parque tres cosas que picoteas del mercado de La Boquería, andar aunque los pies te duelan horrores, mitad y mitad de paellas con alioli, pasar horas sentado a la sombra en el suelo comiendo helado y bebiendo cerveza mientras contemplas un monumento hablando y riendo sin parar, quedarse maravillado con las obras de arte y la fascinante arquitectura de Gaudí, soñar con yates inalcanzables atracados en La Barceloneta, pegar bocados a cupcakes que te dan la vida, sorbos a horchatas que quedaron pendientes, la frustración con camas que crujen hasta con respirar cuando lo único que quieres es dormir, carreras de tacones y fiesta de la espuma que aplazar por una cena más tranquila, enamoramientos fugaces por la calle, facultades con edificios a cada cual más bonito y mejor situado, mercados que te hacen perder el aliento, los puestecitos más hipsters de toda la ciudad, perderse por callejuelas buscando restaurantes bonitos donde cenar, morir de calor y buscar la sombra como si no hubiera un mañana, conversaciones largas practicando inglés, cervezas antes de dormir como quien se toma un ColaCao caliente cuando tiene insomnio, y autobuses lentos de vuelta pero que llevan puesto a AC/DC y a Bon Jovi.

Tres días y un viaje relámpago cargado de momentos y emociones inolvidables en una ciudad preciosa dan para mucho.