Siempre me había aterrado la idea de parir. Sin embargo, el día que me quedé embarazada, las hormonas empezaron a hacer su trabajo y durante 40+3 semanas, ese cóctel hormonal, todo lo que leí sobre el parto, sobre cómo vencer el miedo, el mentalizarme sobre lo que iba a suceder, las herramientas que tendría para podría aliviar el dolor y el equipo médico que me acompañaría me han ayudado a superar ese miedo.
Quería un parto lo más natural posible, en un entorno que me hiciese sentir segura, alejada del clásico ambiente de hospital con luces blancas y una sala llena de médicos entrando y saliendo. Y así fue. Di a luz en una cálida habitación de color beige y morado, con las persianas bajadas, luz tenue, en silencio, pudiendo disfrutar de la bañera caliente o sentada en la silla de partos, acompañada de mi marido, mi matrona y ginecóloga. El equipo de Entuparto me transmitió siempre tanta confianza que sabía que pasara lo que pasara iba a estar muy bien acompañada.
El parto empezó en casa, con contracciones cada 10 minutos sobre las 3AM y el ritmo fue aumentando poco a poco durante la noche. Recuerdo que ese dolor se asemejaba a mis dolores de regla que siempre han sido para mí incapacitantes, por lo que me resultaba bastante familiar y tolerable, solo que con pausas en medio para poder descansar. Visualizaba el dolor como olas, notaba como aparecían, aumentaban poco a poco mientras me concentraba en respirar fuerte y profundo cuando estaba en el pico, hacía exhalaciones liberando el aire con sonido, pensando que esto iba a pasar, que enseguida volvería la calma y dejaba ir el dolor lentamente para volver a descansar. Dani estaba tumbado a mi lado, le cogía la mano, la apretaba muy fuerte en el pico de dolor y soltaba despacio cuando pasaba. Dice que solo por el sonido de mi respiración podía saber en qué momento de la contracción estaba yo.
Poco a poco la frecuencia de las contracciones fue aumentando y con ello también la intensidad. Llamamos a la matrona y nos dijo que aprovechase para darme una ducha y tratar de relajarme hasta que fuesen más seguidas. Pasaron un par de horas en las que las contracciones aumentaron de ritmo y fueron aún más regulares. El dolor también empezaba a ser muy fuerte y el cuerpo me pedía estar en la cama adoptando diferentes posturas entre contracción y contracción. Rompí aguas y el dolor se intensificó, incluso empecé a tener ganas de empujar pero sentía que era muy pronto y no me atrevía a hacerlo.
Salimos de casa, cogimos un coche y nos llevaron al hospital de madrugada. Eran ya las 6AM. Ingresé por urgencias y enseguida llegó Elena, mi matrona. Me hizo un tacto y aunque no había dejado de transmitirme calma, se le iluminó la mirada. Estaba con dilatación completa, había hecho en casa todo el trabajo y había llegado al hospital de 10cms. Sin embargo, también me dijo que el bebé venía de cara, que le había podido tocar los ojitos y que eso iba a dificultar un poco la fase del expulsivo porque ocupa más espacio que si viniese de cabeza. Íbamos a estar muy pendientes durante todo el expulsivo de las constantes vitales del bebé, asegurando que no se producía sufrimiento fetal ya que a la mínima que le bajara el ritmo del latido del bebé habría que plantearse una cesárea.

En ese momento mi sensación fue de felicidad por haber podido llegar con dilatación completa sin sospecharlo lo más mínimo. Las contracciones me dolían pero llegaban incluso a ser soportables para mí. Pero también sentí algo de preocupación al tener que mantener de forma latente la idea de una cesárea, aunque confiaba tanto en mi equipo médico que me dijeron que iba a poder estar acompañada por Dani y que sería una cesárea totalmente humanizada, con su piel con piel inmediato, el corte del cordón por parte de mi marido, en un ambiente lo más íntimo y tranquilo posible…
En urgencias me puse el camisón de hospital y fuimos a la habitación de la unidad de Parto Natural. Llenamos la bañera y me metí para relajar el cuerpo y comenzar directamente con la fase de expulsivo. El agua caliente me aliviaba muchísimo y ayudaba a tolerar aún mejor las contracciones. No recuerdo cuánto tiempo estuve ahí dentro pero recuerdo poder adoptar la postura que mejor le venía a mi cuerpo. Dani se sentó en un taburete a mi lado y me daba la mano. De repente, Elena me preguntó si quería empujar y le dije que sí, pero que no quería empujar sin que ella estuviese cerca, así que se quedó conmigo dándome ánimo y guiándome en las contracciones. Aquí descubrí que el dolor no implica sufrimiento sino todo lo contrario, me daba fuerza para empujar más fuerte. No usé epidural, ni me acordé de ella en todo el parto, tampoco necesité pedir óxido nitroso ni ningún tipo de analgesia más que el agua caliente de la bañera. Así que podía sentirlo todo y era consciente de todo lo que iba pasando. Estaba tranquila y escuchando a mi cuerpo me fui dejando llevar. Empecé a empujar con intensidad, sacando de mí toda la fuerza que jamás pensé que tendría. Creo que pasaron algunas horas pero para mí fueron incluso minutos.
En algún momento de esas horas llegó también María, mi ginecóloga y junto a Elena estuvieron conmigo aportando calma entre contracción y contracción. Dani me sujetaba el pelo y hacía caricias en la espalda y cuello para relajarme entre contracciones. Todo iba bien, aunque los últimos pujos en el agua eran más suaves que los primeros y nos preocupaba que se alargara demasiado. Hasta entonces no sabíamos aún si sería parto vaginal o cesárea pero sí me dijeron que era mejor salir del agua por si se complicaba y teníamos que irnos rápidamente a quirófano. Así que salí del agua y creo que al ver que en el agua me aliviaba estar en posición de cuclillas, me dijeron que podía usar la silla de partos donde adopté una postura similar. Detrás de mí a modo de respaldo estaban las piernas de Dani, que podía sujetarme con fuerza en las contracciones y acariciarme en las pausas.
Seguí empujando con todas mis fuerzas en esa posición, con mis manos sobre las rodillas para coger más impulso. María y Elena estaban sentadas delante de mí y estuvieron muy pendientes de cómo avanzaba, sin parar de darme ánimo para que siguiese empujando, recordándome cuándo debía coger aire y hacer una segunda exhalación. En las pausas, buscaba la calma en sus miradas y silencio, cuando venía la ola avisaba y ellas seguían con palabras de ánimo que me daban muchísima fuerza. No sé cuándo tiempo pasé así pero de pronto, me dijeron que empezaba a asomar la cabecita del bebé. Lo veían en un espejo y me preguntaban si quería mirar, pero aún no me atrevía. Nos quedaba todavía un largo rato por delante pero entendí que ya estábamos cerca. Saber que estaba asomando me dio mucha energía y seguí empujando y respirando muy fuerte en cada contracción, avisaba de que venía el dolor, buscando el apoyo total y lo encontraba. Poco a poco fui mirando el espejo y empecé a ser consciente de que quedaba poco.
Llegamos al aro de fuego, ese momento en el que el bebé corona, tiene la cabeza a punto de salir y notas que te arde la zona. Había leído mucho sobre este momento, en el que muchas veces te entra pánico atroz a partirte en dos y a veces quieres rendirte, por lo que era tan consciente de que esta era de verdad la fase final que cuando no sabía de dónde sacaría tantas fuerzas, hice un último esfuerzo e inmediatamente después me dijeron si quería terminar de sacar al bebé, cogerlo y ponérmelo en el pecho. La felicidad en ese momento fue tan intensa que saqué toda la fuerza que me quedaba y segundos después me dijeron que ya podía coger yo misma a mi bebé en brazos.
No podía creerme lo que estaba viviendo, pero fue un regalo que mi matrona y gine me dejaran terminar el expulsivo de una forma así. Fue una emoción muy intensa, el mundo se paró por completo en ese momento. Ellas confiaron en mi cuerpo, me dieron todo el tiempo necesario para poder vivir un parto natural y finalmente lo conseguimos. Ellas, el bebé, Dani y yo. Cuatro horas después, a las 10:50 de la mañana del 11 de febrero, pude sentir inmediatamente el calor de su pequeño cuerpo sobre mi pecho, noté sobre mi tripa el cordón umbilical que nos había mantenido unidos todos estos meses, estaba mojado, le toqué la espalda llena de vérnix, sujeté su cabecita con muchísimo cuidado y él abrió los ojos para mirarme por primera vez. Nuestra primera vez juntos al otro lado de la piel.
Mientras tenía a mi bebé en brazos, pasé a tumbarme en la camilla y minutos después me pidieron que no empujase más. En ese momento fue el alumbramiento y me dieron puntos mientras me explicaban cómo era la placenta y el cordón umbilical que pudo cortar Dani. El útero empezó a contraerse con oxitocina y masajes en el vientre y en un ambiente totalmente relajado, con las luces aún bajas fui recuperando la calma, el aliento y siendo consciente de que nuestro bebé ya estaba aquí con nosotros, haciendo piel con piel sobre mi pecho.
Al acabar la intervención y comprobar que todo estaba bien, nos dejaron solos, en ese tiempo sagrado en los que bebé y papás se conocen por primera vez. No puedo describir con palabras lo que una siente en esos momentos, pero solo recuerdo que la felicidad te inunda, los ojos de tu bebé te atrapan, sus manitas sujetando tu dedo te emocionan y su cuerpo respirando sobre el tuyo te relajan. Dani seguía a mi lado, en silencio, dedicándole sus primeras palabras a nuestro hijo y empezó a llorar. Aunque yo seguía en shock por todo lo vivido, estaba muy emocionada por verle así por primera vez.. Nos miramos por primera vez como papá y mamá, miramos a nuestro hijo y nos besamos aliviados, ya con Julio en brazos.
