Estás aquí para ser feliz

El otro día me preguntaron qué era para mí el futuro. Me quedé pensando sin saber qué responder, hasta que más tarde estando en la ducha dándole vueltas, justo donde no podía apuntar nada, se me ocurrió una respuesta. La pregunta me la hicieron en otro contexto así que esta respuesta tan personal solo era válida para contarla aquí. O entre tú y yo alrededor de unas cervezas.

La verdad es que siempre había soñado que en el futuro me encantaría vivir en un piso luminoso y alto en Madrid, con mi pareja y una gatita. Lo que el otro día me hizo darme cuenta de que los sueños se cumplen y aquí estoy, en Madrid, en nuestro piso luminoso y alto, viviendo en pareja y con una gatita de mes y medio que nos tiene encandilados.

Desde que nos surgió la oportunidad de volver a casa no he podido estar más contenta. Los días de transición entre Barcelona y Madrid fueron bastante agobiantes, con las vacaciones ya planeadas y con los billetes ya comprados en medio, descansando física y mentalmente a la vez que íbamos buscando casa fueron bastante ajetreados. La mudanza en sí, también, fue nuestra primera mudanza con muebles que se iban a un almacén hasta que tuviésemos  lugar donde colocarlos. Empaquetamos la incertidumbre sin saber cuánto tardaríamos en desembalarla, hasta encontrar la casa soñada. Pero por suerte apareció, mucho antes de lo que esperábamos. Eso sí, con bastante tensión por los papeleos y condiciones que nos pusieron para conseguir que llegara el ansiado día de la firma del contrato. Recuerdo que ese día llegué en metro y mientras esperaba en la calle escuchando música, no sé si del aire fresco a primera hora de la mañana o de la emoción, mezclado con una canción emotiva, empezaron a llorarme los ojos a mares mientras buscaba desde la calle las que iban a ser nuestras ventanas de casa. Miraba hacia arriba mientras pensaba «lo conseguimos». Tras leer todas las condiciones en una casa completamente vacía de muebles, pero llena de ilusión, firmamos el contrato que nos permite estar en esta casa, durante al menos cuatro años.

Nuestras vistas

Entonces me entró un poco de vértigo. En cuatro años será 2021 y hasta esa fecha da tiempo a que pase cualquier cosa. En un año hasta he podido estar de vuelta en Madrid tras haber vivido en Berlín y Barcelona, en cuatro… Me encantaría tener un buen puesto de trabajo en una empresa de la que me sienta orgullosa de formar parte, estar casada con mi pareja o al menos preparándonos para ello, con una independencia económica que me permita no depender de nadie, poder seguir disfrutando de poder compartir casa con nuestra gata, con la posibilidad de poder viajar y seguir aprendiendo de otras culturas…

Pero sobre todo, lo más importante, quiero seguir siendo feliz. Podrá parecer un tópico, pero en los últimos meses he tenido rachas que no han sido todo lo buenas que esperaba. De despertarme malhumorada y sin ganas pagándolo con mi pareja, sin tener él la culpa de absolutamente nada. De sentirme a ratos sola, en una ciudad atestada de gente, donde no terminaba de encontrarme. A pesar de haber estado aparentemente bien, he acabado necesitando el apoyo de los que más me quieren, porque aún teniendo todo lo que necesitaba, tuve días de derrumbarme y llorar en medio de un abrazo.

Pero hoy, por fin sin distancias, vuelvo a encontrarme bien y con más energía que nunca. Así que sí, en los próximos cuatro años y siguientes quiero seguir siendo feliz. Que las personas que me rodean ahora, sigan estando a mi lado para entonces. Poder brindar por el amor, por celebrar un nuevo puesto de trabajo, por el nacimiento de un hijo, por una pedida de mano… Seguir pudiendo contar con las amistades que me han visto crecer, con las recientes que se han incorporado y con las que sin esperarlo ya he celebrado grandes momentos. Seguir llenando la casa de cenas y brindis por todo lo nuevo que estamos viviendo.

La princesa de la casa

Solo llevamos una semana en nuestra nueva casa, recibiendo amigos y familiares que vienen a vernos. Desde la firma no he podido parar de repetirles lo inmensamente feliz que me siento de poder estar aquí. Con la persona de la que estoy enamorada, viendo atardecer cada día con el skyline de Madrid, disfrutando de decorar la casa y llenarla de detalles bonitos, de poder cuidar de mí misma, de mi pareja y de nuestra reciente bebé gatita de mes y medio.

Por favor, que los siguientes cuatro años sean iguales o mejores que estos momentos. Que de las malas rachas sigamos sacando aprendizajes que nos hagan cada vez más fuertes.  Y sobre todo, que nos hagan estar felices y orgullosos de estar donde estamos.

🙂

«Casa» tiene varios significados

Este fin de semana estuve en Madrid. Han sido 48h relámpago que han valido para mucho. La semana pasada fue mi cumpleaños y el domingo lo fue de mi padre. Mi pareja y yo nos presentamos el viernes en un restaurante para darle una sorpresa a mi padre, que esperaba cenar con mi madre y unos amigos. Llegamos más tarde que ellos y al entrar, como estaba de espaldas le tapé los ojos y le pregunté «¿quién soy?». Al quitar las manos, de repente se encontró conmigo y se dio cuenta de que las personas con las que iba a cenar esa noche éramos mi madre, mi pareja y yo. Fue una gran velada acompañada de brindis llenos de amor. Al día siguiente, entre risas y abrazos de reencuentro, comimos paella casera con amigos y familiares. Por la noche cenamos en casa de otra amiga que celebraba sus 30 y acabamos saliendo a una discoteca a la que solíamos ir cuando teníamos 18. Finalmente, el domingo mi madre nos llevó a casa de mis suegros y al despedirme se me hizo el primer nudo en la garganta. Después de comer ellos nos llevaron al AVE para volver a Barcelona.

Podría haber sido un fin de semana cualquiera pero realmente no lo fue. Ayer al coger el tren, por primera vez me di cuenta de que iba a «casa», pero no era a mi casa-casa de siempre, donde estar con mis padres y despertar en mi habitación grande con su ventana por la que entra el solecito cada mañana. Esta vez volvía a casa. Mi casa-nueva. Con mi pareja, en Barcelona, donde nos esperaba hacer la cena y acostarnos pronto para ir hoy a trabajar.

Era la primera vez que volvía a Madrid después de haberme ido a vivir fuera con la vida organizada y ha sido extraño. Era volver a mi casa-casa y sentir la pena de no poder quedarme allí, porque mi casa-nueva estaba en otro sitio. En otra ciudad. Y me ha dado pena, aunque no pena mala, sino pena de morriña. Morriña de estar creciendo y viviendo una nueva etapa. La de dejar el nido, la de querer estar con mis padres y llenarme de mimos cualquier domingo por la tarde, cuando realmente mi sitio está empezando a estar fuera. Estoy empezando mi nueva vida, con mi pareja, con un trabajo y una casa-nueva en la que seguir creciendo. Volver a casa-casa me ha provocado por primera vez sentir morriña y pena de no poder quedarme cinco minutos más. Ha sido despedirme de mis padres otra vez y en esta ocasión sentir que estoy empezando «mi vida de mayor, la que yo sola he elegido». Con la persona de la que estoy enamorada, con el trabajo que nos ha salido a los dos y en la ciudad que aún no conocemos bien. Vivir en Berlín fue una maravilla, una experiencia que recomendaría a cualquiera, pero cuando estaba allí y volvía a casa-casa unos días mi sensación era la de siempre. No esta nueva que he sentido ahora. Hoy está empapada de morriña.

Hay gente que me ha criticado que igual voy muy deprisa. Pero no considero que sea rápido o lento, simplemente como ha surgido, cada uno tiene sus tiempos y el mío está siendo este. Quizá pueda interpretarse como una vida más arriesgada por ser la única de mis amigos de mi rango de edad que esté viviendo esta etapa, pero es así.

Una parte de mí quería quedarse en Madrid, en mi casa-casa con mi vida de siempre. La otra quería volver a Barcelona, a mi casa-nueva, a mi nueva vida. Como fueron mis suegros los que nos llevaron a coger el tren, llamé a mi madre para decirle que ya estaba dentro del vagón. Me dijo que se había aguantado las ganas de ir a la estación a decirme adiós otra vez. Se me hizo el segundo nudo en la garganta. Mi sitio del AVE estaba repleto de emociones que se contradecían mientras buscaba distraerme con el paisaje.  Mi pareja me cogió la mano y me miraba en silencio, con amor. Lo hizo durante las tres horas de viaje. No me decía nada, pero creo que sabía lo que podía estar sintiendo. Tenía el mismo nudo en la garganta, que no se iba. En realidad era el que llevaba teniendo todo el día. A veces apretaba fuerte y otras más flojito. Mi cabeza decía: «que no, que yo quiero volver a mi Madrid, me bajo en la siguiente estación y vuelvo a casa-casa». Mi corazoncito decía «estoy enamorada, quiero seguir haciendo mi vida con él, en Barcelona o donde sea». Y aquí estoy, en Barcelona. En mi casa-nueva que tanto me gusta decorar y ordenar a nuestro gusto.

Con lo que me quedo de este fin de semana es con las palabras que le dijo mi madre a él al bajar del coche: «Gracias por cuidarla». También me quedo con el mensaje que me dijo ella por la noche cuando hablamos por chat: «Me ha encantado verte, te he visto contenta, te cuida mucho».

Vaya si lo hace.

Y mis padres también, aunque tenga que ser en la distancia.

Madrid muy nuestro

Madrid con ganas hace que te invada la curiosidad por verla en profundidad.

Me he perdido por sus calles sintiendo y fotografiando el vandalismo poético de los versos que Boamistura dejó en los pasos de cebra.

He conocido bares y sitios bonitos en calles escondidas de Alonso Martinez, lugares llenos de magia donde he tenido conversaciones con personas con un corazón muy grande.

Entre las calles perdidas por detrás de la Gran Vía he descubierto el placer de las tapas en La Selva, El Respiro y El Tigre, donde las cañas madrileñas saben mejor cuando la compañía es buena.

He querido llorar de la emoción con el pintxo de foie de Txirimiri acompañado de un buen txakolí cuyo sabor no recordaba.

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He perdido el rumbo por Fuencarral mientras buscaba Chueca y sus restaurantes bonitos en los que quiero repetir cenas junto con otros tantos que quedan por descubrir por allí.

He despertado en plena Latina y he vivido el ambiente del mercado de buena mañana. La gente se pierde entre puestos de pescados, verduras y carnes donde encuentras tesoros como butifarras artesanas de piñones, mango y foie.

Tras volver del mercado de La Cebada, he sido pinche en una cocina en la que solo cabemos dos oliendo todas las maravillas que salen de ese fogón.

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Me he acostado tras pasar la noche en la ciudad que no duerme, bailando hasta lo inbailable en Kapital hasta que nos han echado por ser tarde. Pero no, la noche no acabó ahí.

Los domingos han sido menos domingos, los lunes casi jueves, los martes los nuevos viernes, pasando por el miércoles que marcaba nuestro ecuador de una semana en que da igual qué día sea, Madrid siempre nos quiere descubrir un plan incluso más apetecible que el anterior. Aunque sea casero.

He descubierto el secreto de las ginebras con canela en rama, naranja, pomelo o perejil. Todas ellas acompañadas con limón, ya que la tónica me hace perder la audición que ni todo el barullo de Madrid podrá callar.

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He subido y bajado la Carrera de San Francisco subida a todos los botines de tacón de mi armario sin tener complejo por ser demasiado alta y eso es algo que poca gente puede conseguir que haga.

Me sé de memoria el paseo hasta Tirso de Molina y he paseado por Tribunal vaciando cervezas en un libanés de mala muerte descubriendo mil sabores que repetiría.

He estado días y noches noches enteras en el centro y, sin haberme vuelto, ya he echado de menos que fuese de noche otra vez para volver a perderme en la mejor de las compañías por sus calles.

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Me he despedido en la boca de metro de Plaza España con ganas de volver a vernos en La Latina.

Moncloa ya no sabe a qué horas me va a recibir de vuelta, ya que muchos días acaban con planes improvisados.

Madrid llena de ganas, ganas de vivir, ganas de conocer, ganas de soñar, ganas de perderse y comérselo entero.

Quiero que Madrid sea una barra libre de momentos ¿vienes?

Verano 2012: Convivencia

Se va acercando, se va acercando… Me falta menos para que llegue el día de volver a la rutina, 16 días. Sé que muchos ya lleváis días trabajando o empezando las clases y es posible que el comienzo de mi post os amargue un poco.

Hoy os quiero contar cómo ha sido mi verano, aunque los que me followeáis en Twitter o Facebook mas o menos sabéis como ha ido. Si lo tengo que resumir en una palabra, sería: Convivencia. Este verano ha sido muy especial para mí, además de ser el más largo de mi vida, ya que posiblemente nunca vaya a volver a tener tres meses y medio de vacaciones.

Mi verano comenzó al terminar Selectividad con un viaje sorpresa a Venecia por mi cumpleaños. Volví y luego me fui a Cangas de Morrazo, en Vigo. Fueron diez días muy bonitos y especiales ya que es el pueblo en el que veraneaba de pequeña con mis bisabuelos y mi abuela y veía a gran parte de la familia. Pero este año fue distinto, fui con él y le enseñé la ciudad desde cero junto a familiares que nos lo pusieron más fácil para poder ir a los alrededores. Fuimos a playas de toda la vida y nos perdimos por las callecitas de la ciudad vieja en busca de restaurantes donde comer maravillosamente bien. Quién me iba a decir a mí cuando era pequeña que volvería allí a mis 18 con una persona a la que quiero mucho.

También cogimos un barco para ir a las Islas Cíes. Mi opinión sobre estas islas es que el color del agua es precioso, la arena de la playa es muy agradable porque es finísima y muy blanquita, pero los precios son excesivamente caros. Mi recomendación es que si vais, llevad comida de casa, como íbamos a hacer nosotros, pero salimos de casa con prisas y se nos olvidó la bolsa con todo preparado encima de la encimera de la cocina. Nos dimos cuenta en el barco cuando llegábamos a Vigo, por lo que no había vuelta atrás. Ah, y protección 50+, a no ser que queráis volver como gambas. Por último, si queréis disfrutar de las islas y aprovecharlas bien no escojáis el día que dices «madre mía que calorazo va a hacer este día, vamos a ir este así nos tostamos al solecito y volvemos con color» porque si pilláis el día en el que casi no hay aire, estar cuatro horas al sol abrasador se puede convertir en una tortura, y más aún si no tenéis vuestra enorme botella de 2L con vosotros porque os la habéis dejado en la encimera de la cocina al salir de casa. Además, con un calor terrible, no es agradable hacer senderismo por alguno de los tres caminos que te proponen. Nosotros cogimos el barco de las 12 para aprovechar el día, pero al estar con falta de comida y bebida, volvimos a las 17h porque no aguantábamos más, pero el plan original era volver en torno a las 20h. Nos tomamos un helado cada uno y nos sacaron 5-6€ por los dos, por una botella de agua de menos de medio litro, 2,50€. Una ruina. Lo que sí tenía buena pinta y no era muy caro era el camping que tienen allí montado. Hasta me entraron ganas de ir, y eso que yo no soy muy amiga del campo.

Después de estar allí, volvimos a Madrid y en el mismo día que llegué de Galicia, cogimos el coche de vuelta, pero en vez de a Vigo, a Coruña. Menos mal que nosotros dos fuimos y volvimos en Trenhotel, pero aún así fue una paliza comerme otras 6h de viaje en coche casi en la misma dirección. En Coruña hacía buen tiempo así que fuimos a la playa unos quince días seguidos hasta que por fin llegó de nuevo él para pasar conmigo el resto del mes de agosto. Esta vez había hecho los deberes de llevarle a casi todos los sitios turísticos de Coruña, por lo que este año fuimos más de tapas, improvisando paseos sin rumbo, a ver la Playa de las Catedrales en Ribadeo y aunque justo esas tres semanas hizo peor tiempo, pudimos ir un par de días o tres a la playa. Aún me queda por llevarle a algún que otro lugar de esta pequeña pero preciosa ciudad, así que para el año que viene ya lo tengo apuntado.

Finalmente, volvimos juntos en tren mientras mis padres se quedaron allí y he tenido una semana para ver a mis amigas más cercanas, que las echaba de menos. Ha sido una semana muy completita con algo diferente que hacer cada día. Hasta he estrenado la nueva carta de 100 Montaditos. Merece la pena, hay cosas muy muy llamativas, como algunos de los montaditos que ahora preparan en tamaño XXL o un montadito con pan de chocolate, nocilla y lacasitos 😀 Vale, vale, lo dejo ya, que no soy la nueva RRPPs de Restalia.

Hasta aquí las vacaciones en Galicia con él y volviendo al principio del post, os cuento porqué quiero resumir las vacaciones en la palabra: convivencia. Hemos pasado casi un mes juntos y aunque ya sean dos años y pico, estábamos con el típico miedo de -¿me cansaré de el tras verle las 24h todos los días seguidos? ¿discutiremos? ¿nos vamos a hartar y se nos va a acabar el amor de repente?- Nada de eso ha ocurrido, por lo que consideramos que hemos dado otro paso en la relación y hemos pasado una prueba de fuego. Ahora vuelta a empezar el año académico, aprender a compaginar los estudios con los días que quedemos,…etc. Tengo ganas de la vida universitaria, pero echaré esto de menos.

Tras este pequeño paréntesis azucarado… Mañana me voy a Nueva York, que el año pasado nos quedamos con ganas de más… ¡Tengo unas ganas tan grandes que no sé si caben en el avión! Y al volver tengo unos días para quitarme el jet-lag, que el día 26 empiezo la carrera de Publicidad, que también tengo muchas ganas. El nombre de las asignaturas tiene buena pinta, espero que lo sean y no me rompan la ilusión.

Seguiré informando…