Lo que la maternidad me enseñó

…Y no, no solo fue aprender a cambiar pañales.

La maternidad está siendo un viaje maravilloso en mi vida. A mis casi 30 años me estoy enfrentando a uno de los retos más grandes que he tenido hasta el momento. Sé que quedarán muchos por vivir y disfrutar, muchos que sufrir, pero de momento esta es la experiencia más transformadora que estoy teniendo, la que más magnitud alcanza y la que más aspectos cambia de mi vida.

La maternidad es arrolladora, pasa por encima de ti como un camión, te exprime y te agota. Aprendes a vivir con el cansancio, con la frustración, con la culpa, ay, la temida culpa. Afecta a todo lo que antes conocías, tu relación de pareja cambia, no a mejor, tampoco a peor. Simplemente la transforma en otra cosa y a veces pone patas arriba sus cimientos, te hace repetirte «yo no seré como esas parejas en las que…» y a veces te das cuenta de que un poquito sí eres. Te hace plantearte todo otra vez y volver a repetirte como un mantra «somos un equipo» y entonces poco a poco consigues salir de ese bache, sigues adelante y sigues luchando. Porque esto es algo que hay que nutrir y cuidar cada día. También cuando te conviertes en ma/padre.

En mis múltiples lecturas durante el embarazo siempre estaba Lucía mi Pediatra

También afecta a tu vida laboral, el cómo se lo tomará la empresa, esa temida baja por maternidad (con lo escasa que es), una excedencia, los comentarios de «uy vas a echar tu carrera a perder», la profundamente dolorosa reincorporación, el temor a pedir una adaptación de jornada, ¿una reducción de jornada?, el «ay, no sé cómo lo voy a hacer», la logística que parece imposible para poder llevar y recoger a tu hijo del cole sin tener que delegar en otras personas, porque esos son momentos que se atesoran para siempre y no duran tanto tiempo…

En realidad nada dura tanto y otra de las cosas que he aprendido es que «todo pasa» aunque parezca realmente imposible en el momento. Ni el parto que a veces aunque sean horas (o días), en realidad pasa volando. Ni los dolores y molestias físicas del posparto. Aunque tengas una primera semana muy mala, te inunde el cansancio y llegues a pensar si alguna vez serás capaz de dejar de estar tan cansada como lo estás en ese preciso momento. Tumbada en la cama del hospital, con tu camisón de hospital, las compresas posparto, enfermeros trayéndote pastillas para el dolor, el miedo a ir al baño, los loquios, los edemas, las compresas frías para reducir la inflamación, el caminar mientras te duele todo, las primeras noches sin dormir…

Las secuelas, cicatrices y la parte mental del posparto sí duran más. Y si duran mucho más y se complica, procura que que tu entorno más cercano esté concienciado para pedir ayuda por ti, porque a veces nosotras no nos damos cuenta y hace falta que nos echen una mano de forma externa. Pero que todo esto se pasa después de la cuarentena es la mayor mentira jamás contada. 40 días son muy pocos para estar recuperadas de todo lo que ha sucedido durante 40 (o más) semanas. Tardamos hasta dos años en volver a sentirnos las mismas, porque el cerebro de una persona gestante se modifica desde el embarazo. Aunque al cabo de esos dos años, yo creo que en realidad no volvemos a ser las mismas, principalmente porque todo ha cambiado. Simplemente lo que pasa es que aprendemos a aceptamos tal y como somos (otra vez). Aunque a veces es posible que pueda costar un poquito más. Por eso con las madres de menores de dos años debería haber un poquito más de comprensión. Con las madres en general, pero especialmente con las que tienen menores de esta edad en particular.

La cosita más pequeñita capaz de hacerme sentir el amor más grande

Durante esta época las madres entramos en lo que llaman «matrescencia», un término que yo desconocía hasta que inicié este camino, que me ha hecho entender a la perfección por qué me siento así. Cada día se está estudiando mejor cómo funciona el cerebro de las madres y spoiler: los cambios que sufrimos desde el embarazo dejan secuelas que duran incluso más de estos dos años. Esto no lo digo yo, lo dice la Dra. Susana Carmona en las investigaciones maravillosas que comparte en su perfil y en su libro Neuromaternal. El embarazo es uno de los periodos de mayor plasticidad cerebral en nuestra vida adulta y esto lógicamente deja muchas secuelas en nosotras, muchas de ellas duran para siempre. De hecho, lo que vivimos en este periodo es tan similar a lo que se vive en la adolescencia, que cuando se ha analizado el cerebro de una madre y el de un adolescente no han visto diferencias, de ahí el término matrescencia. Cuando empecé a leer sobre esto, me quedé totalmente fascinada, sobre todo por ser capaz de entender lo que me estaba pasando y cómo me estaba sintiendo.

Lo que también he aprendido en este periodo es que la forma en la que vivimos un embarazo, aunque especialmente el parto, tienen un impacto profundo en nuestra vida. El poder contar con un equipo que te cuide, respete y te deje libertad para tomar decisiones es crucial y en mi caso ha cobrado vital importancia en mi autoestima. No hay día que no recuerde mi parto, es una experiencia tan intensa que me acompaña en muchos momentos, sobre todo en los más difíciles cuando necesito un empujoncito extra. O por ejemplo, cuando me ha dado angustia estar metida en una resonancia magnética. Cuando estoy viviendo algún momento que no me gusta, me recuerdo a mí misma dando a luz de aquella manera tan salvaje y empoderadora que me ayuda a sacar fuerzas cuando siento que no las tengo. Y en el día a día cuando pasan cosas bonitas, especialmente con Julio, también vuelvo unos instantes a ese día a modo de flashback y me siento agradecida por todo lo que me ha llevado hasta aquí desde entonces.

Conociéndonos el uno al otro

En todo este tiempo he vivido momento más felices y otros más difíciles, pero en todos ellos, aunque hay muchos momentos en los que te sientes sola e incomprendida, sin duda alguna he tenido la gran suerte de poder contar con personas a mi lado, física y sobre todo virtualmente. Lo que me ha pasado con estas personas, principalmente mujeres, es que he podido contar con quienes creía que tan solo eran conocidas pero a día de hoy las puedo llamar amigas.

La maternidad es tan intensa que te hace conectar muchísimo con las que son también madres (o van a serlo), bien porque justo están pasando por lo mismo que tú o bien porque lo han vivido hace no mucho y ahí se genera una magia y un entendimiento que poca gente puede igualar. Las amigas madres, con las que te puedes tomar cafés o con las que no quedas tanto pero puedes hablar en cualquier momento son un sostén y una red invisible en la que todas nos ayudamos. Es la sororidad en su estado más puro. Son un «no te preocupes, lo estás haciendo bien» a las 3AM mientras ella está dando el pecho. Son un «te entiendo tanto, a mí también me pasó» cuando has llorado varias veces por lo mismo y te sientes incomprendida. Son un «aquí estoy, escríbeme cuando lo necesites» cuando te ves contestando mensajes de Whatsapp con días de retraso y un «no hay preguntas tontas, pídeme info sobre cualquier cosa que necesites saber» cuando estás aún embarazada.

A mí me han ayudado tanto que cuando me entero de que en mi entorno hay una mujer embarazada por primera vez, sea más amiga o sea aún solo conocida, inmediatamente me sale querer hablar con ella, como si tuviera que devolver un favor, aquel que me hicieron a mí en su día ayudándome a salir del bucle. Cuando en realidad es algo que sucede solo, con ese amor y cariño que te sale cuando quieres cuidar a alguien. Aunque la conozcas poco. Me sale innato, son unas ganas de ayudar y aportar que me remueven entera. Me pasaba algo similar cuando paseaba por la calle los primeros meses de baja y veía a mujeres con sus capazos. Notaba sus caras de agotamiento, sus «me he pintado un poco a ver si se me quita esta cara de no haber dormido». Al cruzarnos, a veces simplemente nos sonreíamos de madre a madre, en silencio y yo pensaba «I feel you». Pero en realidad me daban ganas de pararla y preguntar «qué tal te encuentras?» o simplemente recordarle «lo estás haciendo bien, lo estás haciendo lo mejor que puedes». Porque eso a veces necesitas escucharlo más de una vez.

Nuestras siestas eternas

Tengo la inmensa suerte de que Julio ha podido estar el primer año sin ir a la escuela infantil y no se ha puesto malito en su primer año de vida, más allá de alguna noche con unas décimas de fiebre cuando le hemos puesto vacunas nuevas. Desde que empezó la escuela empezó a encadenar varios virus, pasamos algún susto, en dos meses hemos tenido que ir a urgencias más veces de las que me gustaría y en esas visitas me he sentido muy mal. Primero por ver a mi hijo cansado, dormidito sobre mí y asustado o llorando durante el tiempo que pasábamos allí. Segundo porque me entra la culpa de la que hablaba antes.

Culpa por llevarlo a la escuela siendo tan pequeño, culpa por si no me he dado cuenta antes de que estaba malito y hemos llegado al médico ya con una infección avanzada, culpa por si él me ha intentado decir con sus ruidos y gestos que estaba malito y yo no he sabido entenderlo… Y en esas visitas me siento mala madre. Cuando el profesional me inspira confianza a veces expreso eso en consulta y la mayoría responden «no eres mala madre, lo estás haciendo lo mejor que puedes» o «deja la culpabilidad fuera, suerte tiene tu hijo de que ha podido pasar tanto tiempo contigo antes de ir a la escuela». Y entonces si llevo mascarilla a veces se me escapa una lágrima y si no la llevo, intento contenerla pero se me hace un nudo en la garganta. Porque que te digan eso cuando eres madre, estás en urgencias y tienes a tu hijo en bracitos porque no se encuentra bien, emociona. Mucho.

La maternidad tiene muchas luces y también muchas sombras. Te hace replantearte todo lo que antes conocías, te ves cambiando de opinión muchas veces y te remueve muchísimo por dentro. Pero en todas ellas, lo más importante es contar con el sostén suficiente para salir adelante. Y sobre todo te hace darte cuenta de que compensa, claro que compensa. Porque abrazar a tu hijo y que te de un beso en la mejilla lleno de babas antes de salir de casa es maravilloso. Que te diga adiós con la manita, su cara de alegría cuando te ve y corre hacia ti con los brazos en alto, cómo te pide que lo cojas en brazos, cómo se duerme sobre ti encontrando la calma y el calor que necesita para conciliar el sueño, su carita de ilusión al descubrir algo nuevo o al repetir una acción y que sucedan cosas por primera vez… Todo eso es maravilloso y pasa tan rápido que intentas atesorar cada vivencia con la mayor de tus fuerzas para intentar no olvidarla nunca.

¿Cómo era de bonita su tarta de cumpleaños? De Tabatha

Su primer cumpleaños te remueve, es melancolía pura, te hace llorar y estar emocionada y feliz el día entero, porque te das cuenta de todo lo que has logrado en este primer año como madre. Todos felicitan al bebé y alguno se acuerda de felicitar también a la madre. Ahí también lloras en ese abrazo en el que te dan la enhorabuena.Te hace vivir ese día de forma muy intensa, estás en un permanente flashback de todos los momentos vividos. Te acuerdas de ti misma dando a luz, de cómo sobreviviste al posparto, cómo luchaste tu lactancia, por donde empezaste a dar los primeros paseos, revives las noches sin dormir, los lloros de tu bebé sin saber aún qué necesitaba, sus baños en la bañerita que para él parecía casi una piscina olímpica, sus primeras veces siguiéndote con la mirada, levantando su cabecita haciendo tummy time, cuando rotó por primera vez, sus primeros trozos de brócoli, fresa o mango, sus caras oliendo cualquier especia nueva, los primeros gateos, sus primeras palabras sin que entienda aún para qué las usará, sus primeros pasos torpes, también sus primeras caídas o sus primeras veces necesitando cogerte la manita para sentirse seguro.

Todo eso es increíble y como madre, poder vivir todo eso significa que lo estás haciendo bien. Muy bien. Estás formando a una personita de la mejor forma que sabes y estás aprendiendo cada día a ser madre, la mejor madre para tu hijo y lo único que él necesita para saber siempre que llegó al mundo rodeado de amor y cariño formando parte de la familia que sois hoy y que seréis mañana. Con una mochila llena de recuerdos que le harán convertirse en el adulto que será en unos años. Porque tú eres la madre que él necesita para eso.

Y compensa, absolutamente sí, la maternidad lo compensa todo.

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