Tocaba el piano desde hacía años. Sus amigos le llamaban «iceman», porque nunca parecía tener sentimientos. Y si los tenía, era imposible saber qué estaba sintiendo en ese momento. Realmente los tiene, claro que los tiene, muy escondidos y en el fondo del corazón. Es más de quedárselo todo guardado dentro, no le gusta hablar de ello a no ser que se lo intentes sacar de alguna forma sutil. Porque a veces si no se lo sacas, no te lo dirá.
Y ahí estaba yo, intentando saber qué sentía en ese momento. Le recordé las palabras más bonitas que me había dicho nunca: «Dice mi profesor de piano que desde que estoy contigo, la música que toco suena mejor.» Y cuando se lo dije me respondió otra de las frases que se me quedarán grabadas para siempre: «Tú me enseñaste a sentir».
Entonces fui yo la que se quedó sin palabras.