El otro día salí a cenar con mi pareja. Era el típico sábado noche en el que nos damos cuenta de que no tenemos planes y nos hemos dedicado a disfrutar de estar juntos sin salir de casa. Pero esa noche no nos apetecía cocinar y nos arreglamos un poco para salir a cenar algo sencillo. Fuimos a una famosa cadena de restaurantes italianos y pedimos cuatro platos. Él no había estado nunca ahí por el hecho de haber vivido fuera de España los últimos años y yo llevaba sin volver ahí casi tres. Pero recordaba perfectamente los nombres de lo que solía pedir, así que pedí eso mismo, casi sin mirar la carta.
Lo que me gustó de la cena, fue volver a probar esos platos. Partiendo de la base de que es una franquicia y lo que te dan sabe igual en todas partes. Pero precisamente por eso, esta vez (y puede que sea la única vez que me alegre de esto en una franquicia) me gustó. Mi cabeza hizo un flashback exprés e inmediatamente después le dio al play. Como si de repente pasaran a cámara rápida mis últimos ocho años hasta el día de hoy. Mismos platos, misma cadena de restaurantes, distinta compañía, distintos momentos vividos, distintos años los míos. Y entonces me puse a reflexionar en voz alta con mi pareja sobre ello.
Los platos llevaban mucho queso (para qué negarlo), así que eso ya suponía empezar bien la cena y que sintiera felicidad en cada bocado. Empecé a hablar y me di cuenta de lo que me había cambiado la vida desde la última vez que comí eso. Sobre todo, me di cuenta de que volvía a vivir en Madrid pero mi vida era completamente distinta. Distinta casa, trabajo y gente de la que me rodeo y con la que comparto mi día a día. Y distinta yo, porque he cambiado, he aprendido por el camino y me sigue quedando mucho por hacer. Sin embargo, mantengo amigos de esos que se cuentan con los dedos de una mano, con los que quiero seguir compartiendo mi vida en los próximos años. Por eso estaba agradecida a ellos, a mis padres, a mi pareja y sobre todo a mí misma por haberme llevado hasta este punto y al estar hoy donde estoy. También agradecida a mi gatita aunque ella no lo sepa, pero si me entendiese, le diría que ya no concibo mi día a día sin ella.
Hay cosas que necesito que salgan adelante para poder seguir construyendo mi vida y el resto de proyectos a futuro que quiero llevar a cabo, pero a día de hoy, estoy feliz. Y así, con esta reflexión, volvimos a brindar y terminamos de cenar. Volvimos paseando a casa, nos pusimos el pijama y jugamos con la gatita antes de dormirnos. Así, una sencilla noche de un sábado cualquiera.