En un mundo tan conectado como en el que vivimos, cuesta creer que cada vez que se descubre algo nuevo, venga un ente superior a prohibirlo.
Vease Google Glass que antes siquiera de saber su precio ya se estaban prohibiendo en hospitales, cines y gimnasios.
Otro ejemplo son los drones, entre otros usos, hablemos de la parte artística. De los envíos de Amazon a través de drones hay más artículos. Se acabó tener imágenes maravillosas de los estadios de fútbol desde lo alto del cielo, ver los mejores goles desde ángulos que las cámaras no captan. Se acabaron los vídeos con imágenes captadas desde el aire de ciudades que parece que nunca duermen
O los time-lapse grabados desde un dron, de monumentos que jamás podremos ver desde esos ángulos (básicamente porque no podemos flotar encima de una obra para ver esos detalles).
Miles de avances que nos permiten vivir la vida con las nuevas tecnologías a nuestro alrededor con total naturalidad (y con nuevas tecnologías me refiero a los ejemplos mencionados anteriormente). Seguir denominando nuevas tecnologías a las RRSS cuando llevan existiendo años ya no es tan nuevo. Instagram desde el 2010, Twitter desde 2006, Facebook desde 2004… y así.
Ahora lo que nos gusta es compartir todo lo que vivimos pero claro, ya ha venido alguien a decirnos que por compartirlo todo estamos perjudicando nuestra vida. Que vivimos para derrochar likes y follows. Que ya no disfrutamos de las cosas que nos pasan como lo hacíamos antes. Sí, hablo del fatídico vídeo que ha dado la vuelta al mundo. Si eres uno de los millones de personas que aún no lo ha visto, lo dejo aquí. Menos mal que en Xataka hicieron un artículo muy bueno reafirmando que es un vídeo lleno de mentiras. El artículo no deja títere con cabeza.
Sin duda este vídeo no me dejó indiferente. Hace dos semanas lo vi pasar y no le presté mucha atención, pensé que era una exageración y punto. Al día siguiente vi a todo Facebook compartiéndolo. La gran mayoría diciendo cuánta razón tenía el vídeo y qué mal lo estábamos haciendo. No paré de ver como la gente empezaba a sentirse culpable porque ese vídeo estaba reflejando la supuesta sociedad en la que vivimos.
¿En serio? Cómo podemos dejarnos llevar por un vídeo que apela a los sentimientos usando los clichés de siempre. Amor, familia y niños. Ya tiene los tres ingredientes básicos para ser viralizado. Lo ponemos un poco sentimental de más y ya dará la vuelta al mundo. Y eso que no salen gatitos.
Anda que no es bonito ver una puesta de sol, hacerle una foto y al instante ver a toda tu comunidad haciendo fotos de ese mismo candilazo, cada uno desde un lugar distinto de la misma ciudad. La fuente de este argumento la tenéis en vuestra app de Instagram en torno a las 20h-21h cuando notes que el cielo empieza a tener colores bonitos. Hazle una foto y verás como al minuto, de tus followers de la misma ciudad, al menos uno habrá compartido el candilazo desde donde le haya pillado. Y si en ese momento te metes en el hashtag #Candilazo o #Madrid verás que miles de desconocidos también lo están compartiendo.
Si nos vamos a un terreno más personal, evidentemente, los momentos especiales que vivamos con esa persona se quedan entre los dos. Eso no nos lo quita nada ni nadie. Las miradas no se pueden compartir, ni la emoción que sientes según qué momentos. De esto no tengo ejemplo, cada uno se puede basar en su propia experiencia.
Pero ¿porqué no compartir que estás disfrutando de una comida magnífica en el restaurante que sea? Amigos verán las fotos y querrán ir. Anda que no me hacen salivar las fotos de los restaurantes más molones de Madrid a los que van amigos. Me ponen los dientes largos y al cabo de un tiempo, igual estoy viviendo la misma experiencia gastronómica que vivieron ellos. Y me he enterado porque lo pusieron en RRSS a través del objeto tan polémico. Con este boom de hacer fotos a comida, restaurantes han decidido beneficiarse de esta tendencia. Si comes en ese restaurante y le haces fotos a la comida etiquetándola con un hashtag del local, puedes terminar comiendo gratis. Te conviertes en el soporte publicitario del restaurante y el local se ha dado cuenta de lo bueno que es eso para ellos, por lo que quieren recompensar a sus clientes. Ahora mismo tengo un antojo tremendo por ir a StreetXO porque medio timeline ha pasado por allí para dar envidia con los platos que disfrutan. ¡Lo que está ganando este local gracias a Twitter e Instagram no tiene precio!
Posiblemente ahora no vivimos solo para nosotros mismos y disfrutamos compartiendo con más gente esas vivencias. Pues oye, mejor ¿para qué guardártelo todo para ti en vez de poder recomendarlo a mucha gente en un solo click?
Nadie dice que tengamos que sustituir el contenido que compartimos por una buena charla, cervezas y los amigos de siempre. Se pueden hacer las dos cosas a la vez. Hay que aprender a disfrutar dentro y fuera de la red social, se puede mantener un equilibrio perfectamente sano.
Como decía Aristóteles, «en el término medio está la virtud.»