Que no haya nada que me guste más que estar tumbada a su lado. En donde está el último botón de la camisa abrochado, colocar la cabeza, poder escuchar el ritmo de su corazón y jugar con la púa de plata que lleva colgada del cuello. Que si respiro deprisa por alguna extraña razón o simplemente por lo feliz que soy en ese momento, que inspire muy fuerte hinchando su pecho para que inconscientemente respire a la misma velocidad que él. Que me acaricie el pelo mientras estamos en silencio y finjo quedarme dormida. Cuando estoy casi dormida de verdad, notar un tierno beso en la frente. Abrir los ojos y ver que estoy tumbada a su lado en el sofá de la terraza, con dos velas encendidas de noche, con una agradable brisa de verano y mientras ver las estrellas en el cielo. Que sobren las palabras, si las hay, que suenen muy bajito, pero lo suficientemente alto como para que mi oido las pueda oir sin preguntar dos veces. Sentir el cariño que transmiten esos minutos y que no haya nada que interrumpa esos momentos.
Sólo eso, el simple hecho de tumbarme a su lado es lo que me transmite más felicidad del mundo ¿no es demasiado sencillo para ser verdad?
Sí, y es que los detalles más simples son los que más ilusión hacen.