Llevaba tiempo sin escribir y a lo tonto, a lo tonto ¡tres meses han pasado! ¿Qué ha pasado desde entonces? La verdad es que si me pongo a pensar, desde enero… Han sido muchas cosas y en realidad han sido en muy poco tiempo.
En enero estábamos viendo pisos en Barcelona, sin imaginar que el que había visto un mes antes en Idealista acabaría siendo nuestro bonito hogar de hoy. Fuimos a verlo en la que resultó ser la semana en la que hubo las temperaturas mínimas más bajas en mucho tiempo en Barcelona. Porque de verdad, yo no sabía que en Barcelona, cuando hace frío, podía llegar a hacer tanto frío. Y eso que venía acostumbrada a Berlín, pero fui poco abrigada con la confianza de que en la costa mediterránea no iba a sentir ese frío y ¡madre mía!
Después de esa semana de ver pisos y que nos confirmaran dos días después que le habíamos gustado al casero, para celebrarlo nos relajamos un poco y fuimos a IKEA. El primer vistazo nos sirvió para asentarnos, hacernos la idea de los muebles grandes e indispensables y empezar a echar cuentas. Después de ese día, disfrutamos del fin de semana en Barcelona y nos volvimos a casa. Yo a Madrid y él a Berlín.
Quince días y quince cajas después, llegamos a Barcelona para quedarnos. Volvimos a IKEA e hicimos LA gran compra. Con muchas ganas y con muchísima ilusión, recorrimos todos los pasillos disfrutando de las ¿seis? horas que pasamos allí. Tengo que admitir que se nos dio bastante bien. Lo peor fue elegir la combinación de colores de la vajilla, esa con la que vas a convivir mucho tiempo y donde vamos a disfrutar de lo que más nos gusta del mundo: comer rico y bien. ¡No podía ser una decisión tomada a la ligera! Mi pareja casi pierde la paciencia con mi indecisión, pero a día de hoy estoy segura de que cada vez que coge un plato, se ríe cuando se acuerda de esos minutos que se le hicieron interminables. También sufrimos un poquito eligiendo un colchón. De verdad, cuando estás allí tumbándote en todos intentando notar la diferencia entre uno y otro, con lo agotado que estás de recorrer pasillos y apuntar números de referencia, solo te apetece dormirte en cualquiera.
Superada la fase IKEA, nos fuimos al hotel y al día siguiente llegaron los muebles. Pedimos que nos dejaran montado el sofá, que como iba por módulos y mil piezas, queríamos tener lugar donde descansar entre mueble y mueble montado. El resto lo hicimos solos. En tres días habíamos montado todo. Por no hablar de las tres horas que pasamos montando la estructura de la cama la primera noche que ya no dormimos en un hotel. Aquella noche nos dieron las 12 y yo ya pensaba que íbamos a tener que dormir en el sofá. Pero lo peor no es eso, lo peor es que cuando terminas con la estructura, quedan las lamas de la cama. Que hay que enganchar en una tira ¡una a una! Y ya por fin puedes colocar el colchón encima. Después toca hacer la cama, dejarla bonita para mirarla orgulloso. Y finalmente tirarte a descansar agotado y despertar al día siguiente soñando que la casa se termina de montar sola. Fuimos comprando cosas de comer y llenando los armarios de la cocina y con todo ese jaleo, debo admitir también que comer en el sofá con una caja de cartón tiene su encanto. Porque la nevera y los electrodomésticos tardaron una semana en llegar. El agua caliente tardó un mes y tuvimos que estar duchándonos en el gimnasio. Pero pudimos llevarlo con humor, más que nada, porque no nos quedaba más remedio.
Con la casa ya montada, vino mi parte favorita, la de decorar y disfrutar de comprar las cosas no prioritarias pero que son las que convirtieron nuestra casa en un hogar. Colocar los trapitos de colores que me regalaron mis abuelas, el juego de tacitas de té, colgar los cuadros y adornos en las paredes, las lucecitas del cabecero, la de la entrada, un espejo… Y comprar plantas y flores. Teniendo un salón por donde entra muchísima luz, he descubierto mi nueva pasión, el mundo floral. Me relaja muchísimo dedicarle tiempo a esto y he descubierto lo feliz que me hace despertarme y desayunar al lado de ellas.
Hay una floristería que me encanta, la regenta una pareja mayor francesa y está llena de flores secas y preservadas. También tienen un montón de flores de temporada y cada día hacen unos arreglos florales de una gran variedad de colores. Si no te gustan los que ya tienen hechos, te los personalizan. Paso un montón de veces por delante y es imposible no comprar nada. Todo lo que tienen es precioso. Una vez en casa, disfruto colocándolas en un jarrón y cuidándolas a diario. Al igual que hago con las plantas que tenemos en el balcón que me encargo de regar y podar regularmente. Aún no tenemos un gatito, pero mientras tanto, estoy disfrutando mucho de ser mamá planta. Desde entonces, estoy siempre buscando blogs sobre ellas y consultando cuentas en Instagram sobre flores. Ahora estoy como loca porque empiece la temporada de las peonías para empezar a comprarlas y disfrutarlas.
Y en cuanto a la vida en pareja, la verdad es que no podría estar más contenta. Nos hemos adaptado a la rutina, a los horarios y la verdad es que es una maravilla poder pasar los días juntos. No me quiero acostumbrar a la felicidad de empezar el día con un beso de buenos días, que madrugar duele menos si es en compañía, trabajar, felicitarle porque el tupper de hoy le ha quedado buenísimo (porque sí, cocina él y lo hace de maravilla). Después llego a casa tras coger el bus, aunque a veces puedo volver dando un paseo por el centro, si no he llegado muy tarde a lo mejor tenemos tiempo para ir al gimnasio o cocinar juntos, sentarnos en el sofá y contamos qué tal ha ido el día, nos duchamos, preparamos la cena y nos vamos a la cama. Y así cada día. Feliz y aún más de poder disfrutarlo con él.
Acostumbrada a vivir en las afueras, aquí estoy contenta de poder vivir en el centro y poder hacer vida en la calle, salir de casa y tener un montón de tiendas cerca, que haya metros cercanos o ir andando, poder ir el sábado a hacer la compra al mercado, que esté todo lleno de terracitas donde tomar un vermut… Eso sí, llegamos tan cansados al fin de semana, que últimamente practicamos mucho el domingueo remolón, las cocinitas creativas y el cerveceo casero. Como norma, intentamos preparar cada semana un plato diferente que añadimos al menú. Aunque me lleve muchos años de ventaja en la cocina y siempre cocine él.
Con esto de vivir más cerca de casa que cuando estaba en Alemania, estamos siempre haciendo planes para ir a Madrid o pensando en recibir a nuestros padres o amigos en casa, pero poco a poco iremos escapándonos por los alrededores para conocer un poquito mejor Cataluña a fondo, que todavía somos primerizos. Con muchas ganas de seguir viajando, seguiré informando. Cualquier recomendación de escapada desde aquí, ¡será bienvenida!
Y si nos leemos por aquí con menos frecuencia, podéis seguirme en Twitter e Instagram donde estoy siempre más activa 😉
¡Nos leemos!